El primer día del nuevo año concluye la Octava de Navidad del Señor y está dedicado a la Santísima Virgen, venerada como Madre de Dios. Es la primera fiesta mariana, entendida en sentido amplio, tanto de Oriente como de Occidente.
Esta fiesta «está destinada a celebrar la parte que tuvo María en el Misterio de la salvación y a exaltar la singular dignidad de que goza la Madre Santa, por la cual merecimos recibir al Autor de la Vida; y es, asimismo, ocasión propicia para renovar la adoración al Recién Nacido, Príncipe de la Paz, para escuchar de nuevo el jubiloso anuncio angélico, para implorar de Dios, por medio de la Reina de la Paz, el don supremo de la paz» (Marialis Cultus 5).
Nacido de Mujer
Nos dice el Evangelio (Lc 2, 16-21) que los pastores «encontraron a María y a José y al Niño». No podemos separar lo que Dios ha unido. Ni María sin Jesús, ni Jesús sin María. Ni ellos sin José. No se trata de lo que los hombres queramos pensar o imaginar, sino de cómo Dios ha hecho las cosas en su plan de salvación.
El Hijo de Dios es verdaderamente hombre porque ha nacido de María. Por eso María es Madre de Dios. Y por eso ocupa un lugar central en la fe y en la espiritualidad cristianas. Para toda la eternidad Jesús será el nacido de mujer (Ga 4, 4), el hijo de María. Este es el designio providencial de Dios. Ella es la colaboradora de Dios para entregar a su Hijo al mundo. Y esto que realizó una vez por todos lo sigue realizando en cada persona.
Madre de Dios y de los hombres
Por eso María no sólo es Madre de Dios sino también Madre de todos los hombres y como Madre ejerce con cada alma sus funciones maternales. Hoy contemplamos que los pastores encontraron al Niño Mesías precisamente junto a su Madre. Así cada alma que desee encontrar a Dios, lo encontrará en María. Como escribía San Luis María Grignion de Montfort: «María nos encamina hacia Dios y nos une con Él tanto más íntimamente cuanto más nos acercamos a Ella».
En este nuevo año que inicia, pidamos a nuestra bendita Madre que nos acoja y nos guarde en su Corazón. Solo podemos comenzar una nueva etapa de nuestra vida y de la historia del mundo implorando la bendición de Dios a través de María. Solo apoyados en esta bendición podemos mirar el futuro con esperanza. Solo sostenidos por Ella podremos afrontar luchas y dificultades. Acojamos hoy y siempre esta bendición y procuremos caminar en su presencia.