Ante la admiración de los apóstoles por la grandiosidad del Templo, Jesús les sorprende con este anuncio: «No quedará piedra sobre piedra». Con la mirada puesta en las cosas últimas y definitivas, la Palabra de Dios quiere liberarnos de falsas ilusiones y espejismos.
Lo mismo que aquellos judíos deslumbrados por la belleza exterior del templo, también nosotros muchas veces nos deslumbramos por cosas que son pura apariencia, que son efímeras y pasajeras. Frente a tanta falsedad que nos acecha en el mundo en que vivimos, frente a tantas ofertas vanas e inconsistentes, sólo la Palabra de Dios es la verdad, sólo ella «permanece para siempre» (Is 40,8). Nada ni nadie de este mundo podrá nunca satisfacer plena y profundamente el corazón del hombre sino solo Dios.
Falsos maestros y profetas
Luego el Señor nos previene ante las calamidades venideras y nos dice: «Cuidado que nadie os engañe». Son muchas veces las que el Nuevo Testamento nos advierte que surgirán falsos maestros y profetas (1 Tim 1,3-7; 6,3-5; 2 Tim 4,3-4; 2 Pe 2,1-3 … ) y que debemos estar atentos para no dejarnos embaucar.
En estos tiempos de confusión es necesaria más que nunca una fe firme y vigilante, una fe consciente y bien formada que sea capaz de discernir para detectar y denunciar estos falsos mesías: muchos vendrán usando mi nombre, diciendo: «Yo soy». Al final se pondrá de manifiesto su falsedad, pues desaparecerán como la paja. Pero mientras tanto pueden causar estragos.
Odiados por su nombre
Por último, también Jesús nos advierte que seremos odiados por su nombre. La persecución no debe sorprender al cristiano. Está más que avisada por Cristo. Más aún, está asegurada al que es fiel a Él y a su evangelio. No hay nada más falso como creer que en esta vida viviremos sin sufrir. La vida nos ha sido dada para combatir, para luchar por Cristo y por los hermanos.
Nuestra fe debe ser probada y acrisolada en el fuego, sólo así se purificará y acrecentará. El que renuncia a luchar ya está derrotado. La seguridad nos viene de la protección fiel de Cristo, que ha luchado y sufrido antes que nosotros y más que nosotros. Y que ahora continúa luchando junto con nosotros. Él mismo nos promete que ni un cabello de nuestra cabeza perecerá. Pero lo que nos garantiza la victoria es el perseverar hasta el fin.
La victoria asegurada
En esta lucha por la fidelidad y la perseverancia no estamos solos. Jesús ha querido confiarnos a María como Madre, no sólo para que en Ella nos refugiemos y encontremos cobijo y consuelo, sino también para que Ella, como Corredentora del género humano y destructora de la serpiente, nos proteja y nos acompañe en la batalla.
María es una Madre que lucha por sus hijos y quien está confiado a Ella tiene la victoria asegurada, pues ya Ella ha aplastado la cabeza de la serpiente (Cf. Gn. 3, 15). Quien permanece unido a María no debe temer ningún mal.