Ante la petición de unos griegos que querían ver a Jesús, el Señor hace de sí mismo esta declaración: Ahora es glorificado el Hijo del Hombre. Se acerca la hora de la Pasión del Señor y él habla de su muerte como la glorificación que va a recibir de parte de su Padre.
Efectivamente, a la luz de su resurrección podemos comprender en toda su verdad que Él es el grano de trigo que ha caído en tierra para dar mucho fruto. Sí, efectivamente, en lo más profundo de su agonía, el Hijo ha sido escuchado por el Padre, pues no ha permitido que sus enemigos triunfaran sobre Él sino que con su Divino Poder lo ha exaltado.
El camino que Cristo ha recorrido es el que estamos llamados a recorrer los bautizados. El Señor nos invita a ser también nosotros grano de trigo, destinados a morir para dar fruto de vida eterna. La confianza de ser también nosotros escuchados por el Padre en medio de tantas angustias y sufrimientos por los que pasamos en este valle de lágrimas, debe animarnos a continuar la lucha sin desanimarnos, sabiendo que “poderoso es Dios” para rescatarnos del poder del pecado y de la muerte y para darnos al fin el ciento por uno de nuestros trabajos.
Esto es muy iluminador para nosotros. Mucha gente se queja de que Dios no le escucha porque no le libera de los males que está sufriendo. Pero a su Hijo tampoco le liberó de ni le ahorró la muerte. Y, sin embargo, le escuchó.
Dios escucha siempre
Dios escucha siempre. Lo que ocurre es que nosotros «no sabemos pedir lo que conviene» (Rom 8,26). Dios puede escucharnos permitiendo que permanezcamos en la prueba y no evitándonos la muerte. Nos escucha dándonos fuerza para resistir en la prueba. Nos escucha dándonos gracia para ser aquilatados y purificados. Nos escucha glorificándonos a través del sufrimiento. Nos escucha haciéndonos grano de trigo que muere para dar fruto abundante…
Todos los cristianos y santos de todas las épocas somos fruto de la pasión de Cristo. Gracias a ella el príncipe de este mundo ha sido echado fuera. Gracias a ella hemos sido arrancados del poder del demonio y atraídos hacia Cristo. Gracias a ella Dios ha sellado con nosotros una alianza nueva. Gracias a ella nuestros pecados han sido perdonados. Gracias a ella ha sido inscrita en nuestro corazón la nueva ley, la ley del Espíritu Santo.
Gracias a ella hemos recibido como don y testamento a María como Madre.
En efecto, María, asociada a la victoria de Cristo sobre el pecado y la muerte, aparece como la verdadera «madre de los vivientes». Su maternidad, aceptada libremente por obediencia al designio divino, se convierte en fuente de vida para la humanidad entera.