En esta Pascua Cristo nos ha manifestado una vez más el inmenso amor que nos tiene. Y ahora nos invita a permanecer bajo el influjo de este amor. Toda la vida del cristiano se resume en dejarse amar por Dios. Dios nos amó primero. Nos entregó a su Hijo como víctima por nuestros pecados.
Y el secreto del cristiano es descubrir este amor y permanecer en él, vivir de él y corresponder a él. Como decía el P. Rodrigo Molina: “Pasarse amando a Dios es el acto más sublime que el hombre puede hacer sobre la tierra y el que atrae más bendiciones en este mundo atormentado”. Es lo que haremos en el cielo por toda la eternidad.
«Amaos unos a otros como Yo».
El que logra vivir siempre en ese amor es el que realmente puede amar a los demás, como Cristo nos ha amado a nosotros. Pues el amor de Cristo es eficaz. Lo mismo que Él nos ama con el amor que recibe de su Padre, nosotros amamos a los demás con el amor que recibimos de Él. La caridad para con el prójimo es el signo más claro de la presencia de Cristo en nosotros y la demostración más palpable del poder del Resucitado.
Santa Teresa de Lisieux escribió en una ocasión: «Meditando estas palabras divinas, vi cuán imperfecto era mi amor a mis hermanas; comprendí que no las amaba tal como Jesús las ama. Ahora adivino que la verdadera caridad consiste en soportar todos los defectos del prójimo, en no maravillarse de sus flaquezas, en edificarse de sus más pequeñas virtudes. Sobre todo he aprendido que la caridad no ha de estar encerrada dentro del corazón, porque nadie enciende una vela para ponerla debajo del celemín, sino para ponerla sobre el candelero, a fin de que ilumine a todos los que están en la casa. Me parece que esta vela representa la caridad que ha de iluminar y regocijar, no sólo a los que me son más queridos, sino también a todos los que viven en la casa»
Otro aspecto de la caridad es su extensión a todos. La caridad a nadie excluye. Así lo afirma san Pablo: «La caridad es paciente, es dulce, no es envidiosa ni ambiciosa; no busca sus intereses personales» La caridad se olvida de sí misma.
El amor auténtico
Por eso nuestro amor, si es auténtico, debe ser semejante al de Dios. Dios ama dando la vida: el Padre nos da a su Hijo; Cristo se entrega a sí mismo y ambos nos comunican el Espíritu. La caridad no consiste tanto en dar cuanto en darse, en dar la propia vida por aquellos a quienes se ama; y eso hasta el final, hasta el extremo, como ha hecho Cristo y como quiere hacer también en nosotros: «Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos».
El amor de María
Y quien más nos transparenta este amor de Dios es la Santísima Virgen María. Su amor por nosotros no conoce límites.
Al igual que el Padre, Ella nos dio a su propio Hijo para que por su muerte en Cruz fuéramos salvados. Esta verdad debe alimentar nuestra confianza para acudir a María en todas y cada una de nuestras necesidades, como Mediadora Maternal de todas las Gracias que Dios quiere concedernos.
Sobre todo, la gran gracia de enamorarnos de su Hijo de tal manera, que también nosotros estemos dispuestos a dar la vida -como lo piden estos tiempos- por vivir el Evangelio.