Cuando la Primera Guerra Mundial ensangrentaba los campos de Europa y del orbe, el Papa Benedicto XV, para conseguir la intercesión de la Bienaventurada Madre de Dios en favor del rápido término de aquel conflicto sangriento, mandó que se introdujera en las Letanías Lauretanas una nueva advocación, que desde entonces viene rezándose diariamente por millares y millones de fieles devotos. Es la que la proclama “Reina de la paz”.
Escribía el Papa el 5 de mayo de 1917 a todos los Obispos del mundo: «Como todas las gracias que el Autor de todos los bienes se digna conceder a los pobres descendientes de Adán, por amoroso designio de su Divina Providencia, vienen distribuidas por las manos de la Virgen Santísima, Nos queremos que a la Gran Madre de Dios, en esta hora más tremenda que nunca, se eleve viva y confiada la súplica de sus muy afligidos hijos […] «Elévese, por tanto, hacia María, que es Madre de misericordia y omnipotente por la gracia, desde todos los lugares de la tierra, desde los templos más nobles hasta las más pequeñas capillas, desde los palacios regios hasta las más pobres casuchas, desde allí donde haya un alma fiel, desde los campos y los mares ensangrentados, la piadosa y devota invocación [“Regina pacis, ora pro nobis” ], y llegue hasta Ella el grito angustiado de las madres y esposas, el gemido de los niños inocentes, el suspiro de todos los corazones bien nacidos. Que su dulce y benignísima solicitud sea conmovida, y sea obtenida la paz suplicada para este mundo convulso. Y que los siglos futuros recuerden la eficacia de Su intercesión y la grandeza de los beneficios por Ella conseguidos».
Y el 13 de mayo de 1917 la «Regina pacis» responde a la llamada del Papa Benedicto XV y de toda la Iglesia, y se aparece en Fátima a tres niños que juegan en una cuesta de Cova de Iria. «–No tengáis miedo… Soy del cielo… Vengo a pediros que vengáis aquí seis meses seguidos, el día 13 a esta misma hora… ¿Queréis ofreceros a Dios para soportar todos los sufrimientos que Él quiera enviaros, en acto de desagravio por los pecados con que es ofendido y de súplica por la conversión de los pecadores? –Sí, queremos… –Rezad el rosario todos los días para alcanzar la paz para el mundo y el fin de la guerra…»
Madre de la Paz
El Mesías es el “Príncipe de la paz”. De Él nos dice un Salmo que “en sus días amanecerá la justicia y la abundancia de la paz” (71,7). Por eso la Sagrada Liturgia afirma que el reino de Cristo es “reino de verdad y de vida, reino de santidad y de gracia, reino de justicia, de amor y de paz”. Muy justamente, pues, la Virgen, Madre del Mesías, puede y debe llamarse Reina de la paz. Por otra parte, nuestra Señora es “Reina y Madre de misericordia”. Y como la guerra trae siempre en pos de sí el macabro cortejo de sangre y fuego, de muerte y orfandad, de hambre y peste, y, lo que es peor, de odios y rencores, las entrañas de misericordia que ella tiene no pueden menos de enternecerse cuando ve a sus hijos víctimas de dichos males, estando en consecuencia siempre dispuesta a rogar que se remedien con el eficaz y único remedio de la paz.
Isaías, al anunciarnos la venida del Mesías, nos dice que se llamará «Príncipe de la paz, que será grande su señorío y que la paz no tendrá fin» en Él (9,5-6). Zacarías, el padre de Juan el Bautista, al anunciarnos en su canto la llegada inminente de la luz que viene de lo alto, nos dice que su misión es «dirigir o guiar nuestros pasos por el camino de la paz» (Lc 1,79). Y San Pablo llega a decir: «Él es nuestra paz» (Ef 2,14). Ahora bien, si Cristo es nuestra paz, María es la Madre de la paz. Su parto virginal, fue un parto de paz.
San Pablo nos presenta a Cristo en el Calvario «pacificando, por la sangre de su cruz, todas las cosas, así las de la tierra como las del cielo» (Col 1,20). Cristo es el gran artífice de la paz. Y el Evangelio de San Juan nos presenta a María junto a la cruz de Jesús. Ella no sólo fue la criatura más perfectamente redimida y pacificada por Cristo -al no tener culpa ni mancha de pecado – sino que, cuando ofreció al Padre sus propios dolores, junto con la sangre del Hijo, en el Calvario, estuvo especialmente asociada a la obra pacificadora de Cristo Es por ello “Engendradora de la paz”, “Creadora de la paz”, “Madre de la paz” y “Reina de la paz”.
Débora, Jahel, Judit, fueron heroínas de Israel, pero sus manos se mancharon en sangre o a precio de sangre compraron la paz para su pueblo. María, en cambio, sin derramamiento de sangre, fue la heroína del nuevo Israel de Dios, reino de justicia, de amor y de paz.
María, Reina de la paz, es la que puede conseguirnos del cielo el don de la paz, es la que puede ayudarnos en la tarea de conquistar la paz.
La Virgen Santísima es también esposa del Espíritu Santo, uno de cuyos frutos es la PAZ (Gál 5,22).
Especialmente en estos días, pide con fervor a la Reina de la paz, para que, gracias a su intercesión pacificadora, brille perennemente sobre el firmamento de la Iglesia y sobre el horizonte de las naciones la tan anhelada paz.
Fuente ad sensum: «Las bienaventuranzas de María» de Mons. Castán Lacoma