La Virgen María le dijo a la pequeña Lucia, vidente de Fátima, el 13 de junio de 1917: «No te desanimes. Yo nunca te dejaré. Mi Inmaculado Corazón será tu refugio y el camino que te conducirá hasta Dios».
Estas palabras proporcionan paz y serenidad al alma que está atribulada, turbada y desorientada por lo impredecible del futuro. Más aún, por lo previsible negativo, humanamente hablando, del futuro. ¿Quién nos iba a decir hace un mes que estaríamos contra las cuerdas por un microorganismo que supone una amenaza nunca percibida en las últimas décadas?
Una firme creencia de todo cristiano sostiene que Santa María es estrella de esperanza segura en las tinieblas, en las tempestades, en los entuertos más amargos de la vida. San Bernardo nos enciende como siempre en la confianza en la Virgen porque: «ésta (Santa María y su poder intercesor) es mi mayor confianza, ésta es toda la razón de mi esperanza».
La gracia de Dios nos dará la mirada de fe
La historia de los santos nos ha dejado los heroísmos de San Damián de Veuster, San Luis Gonzaga, Santa Micaela del Santísimo Sacramento y tantos otros santos que entregaron su vida por salvar las almas de sus prójimos. Por otro lado se cuentan innumerables ejemplos de protección especial de la Virgen María cuando se vive en gracia de Dios y se recurre a ella con confianza auténtica: caso de la Medalla milagrosa, San Juan Bosco y una larga lista.
No perdamos la serenidad, la gracia de Dios -en el Espíritu Santo- nos dará la mirada de fe que, por encima de lo aparente terreno-temporal-caduco, nos elevará a lo permanente-imperecedero. Las fuerzas del mal aunque parece que dominan y doblegan, no albergan poder alguno. La Virgen María aplasta la cabeza del diablo y pronuncia con verdad y consuelo para nosotros: «Mi Inmaculado Corazón triunfará».
Esperanza nuestra
Nuestra esperanza tiene un nombre, pues la Iglesia, al considerar la función de María en la Redención de toda la humanidad, la invoca con frecuencia como «Esperanza nuestra» y «Madre de la Esperanza»; se alegra de su nacimiento, que fue para el mundo certeza y comienzo de salvación; y, en el misterio de la gloriosa Asunción a los cielos, contempla a la Santísima Virgen como expectativa segura de salvación, que brilla para los fieles en las dificultades de la vida.
¡Mira a la estrella, invoca a María!
Ante los peligros y tempestades de la vida, San Bernardo nos invita a acudir e invocar a esta esclarecida y singular Estrella:
¡Oh!, cualquiera que seas el que en la impetuosa corriente de este siglo te ves lejos de la tierra firme, arrastrado por las ondas de este mundo, en medio de borrascas y tempestades, si no quieres zozobrar, no quites los ojos de la luz de esta estrella, invoca a María!.
Si se levantan los vientos de las tentaciones, si tropiezas en los escollos de las tribulaciones, mira a la estrella, llama a María.
Si eres agitado por las ondas de la soberbia, si de la detracción, si de la ambición, si de la emulación, mira a la estrella, llama a María.
Si la ira, o la avaricia, o la impureza impelen violentamente la navecilla de tu alma, mira a María.
Si, turbado a la memoria de la enormidad de tus crímenes, confuso a la vista de la fealdad de tu conciencia, aterrado a la idea del horror del juicio, comienzas a ser sumido en la sima del suelo de la tristeza, en los abismos de la desesperación, piensa en María.
En los peligros, en las angustias, en las dudas, piensa en María, invoca a María. No se aparte María de tu boca, no se aparte de tu corazón; y para conseguir los sufragios de su intercesión, no te desvíes de los ejemplos de su virtud.
No te extraviarás si la sigues, no desesperarás si la ruegas, no te perderás si en Ella piensas. Si Ella te tiende su mano, no caerás; si te protege, nada tendrás que temer; no te fatigarás, si es tu guía; llegarás felizmente al puerto, si Ella te ampara; y así, en ti mismo experimentarás con cuánta razón se dijo: Y el nombre de la Virgen era María».