El domingo decimosexto nos presenta el encuentro de los apóstoles con Jesús al regreso de su misión (Mc 6,30-34). El descanso de las tareas apostólicas consiste en estar con Él disfrutando de su intimidad. Sin embargo, la caridad del Buen Pastor es la norma decisiva del actuar de Jesús; ante la presencia de una multitud «como ovejas sin pastor» Jesús se compadece e interrumpe el descanso antes incluso de comenzarlo.
La imagen del pastor es una de esas palabras de luz que llegan al alma. El pueblo tenía sólo a Dios por Pastor auténtico. Por la indignidad de los pastores, Jesús encontró a las multitudes maltrechas y abandonadas. Se conmovió su corazón. Esta expresión evoca el afecto sensible de entrañable misericordia, característico de Jesús, del que nace siempre un gesto eficaz de solución. No se queda en un sentimiento estéril, que se lamenta, pero no hace nada, como por desgracia sucede en muchos cristianos.
El poder de la oración
El auténtico seguidor de Cristo participa de los mismos sentimientos del Maestro. Para el cristiano auténtico, las almas son “su peso y su dolor”, por las que es preciso renunciar a las propias comodidades e intereses por salvarlas. El mundo nos ha enseñado a vivir el egoísmo que busca su propio interés, que no se inmiscuye en problemas ajenos, que vive el lema: “sálvese quien pueda”. Cristo, en cambio, nos enseña a sacrificarnos, a interesarnos por los demás, a dar la vida.
Seguir a Cristo es vivir como vivió Él, pasando por el mundo haciendo el bien. Gastarse y desgastarse por conseguir que muchas almas lo conozcan y se salven. No permitir que esa Sangre divina sea inútil para tantas almas que viven sumidas en la oscuridad del pecado. Y comprobamos, con tristeza, cómo el número de esas almas dispuestas a darlo todo por Cristo son cada vez más escasas. “La mies es mucha, los trabajadores pocos”.
Pero el Señor no se queda en lamentaciones estériles. Nos da una solución eficaz, que todos debemos emplear: La oración. “Rogad al Señor de la mies que mande trabajadores a su mies”. La oración es la que consigue las gracias de Dios. Y Él es el que puede encender en el corazón, en especial de los jóvenes, la llama del ideal más útil y hermoso: el seguimiento literal e incondicional de Jesús por la salvación de las almas y por la extensión de su reino.
El triunfo por María
Este Reino de Jesús es necesario pedirlo con insistencia. Puede darnos la impresión de que prevalece el reino del mal, del enemigo, del pecado. Pero no. La Virgen en Fátima lo prometió: “Al fin, mi Inmaculado Corazón triunfará”.
No debemos desanimarnos si vemos que las fuerzas del mal parecen ganar terreno. Dios sabe sacar bien de los males y con estas pruebas está permitiendo que sus elegidos sean purificados como oro en el crisol y que, a través de muchos sufrimientos, más almas entren a formar parte de los escogidos.
Debemos pedir con insistencia y trabajar sin descanso para propagar el Reinado de María por el mundo entero, porque Ella será quien al fin le aplastará la cabeza al diablo y llevará a muchas almas al Encuentro con Dios.