El Evangelio de hoy nos habla sobre la santidad del matrimonio. Mientras Jesús enseñaba a la multitud, «se acercaron unos fariseos y le preguntaron a Jesús para ponerlo a prueba…» Es decir, para comprometerlo. Ya sabían lo que Jesús pensaba acerca de la firmeza de la familia, que se cimenta en la fidelidad del matrimonio.
Aquellos «fariseos» no buscaban aprender; querían proveerse de testigos para acusar. Les convenía que declarase algo contra la Ley. En el contexto social judío de entonces, quien osase hablar contra la Ley de Moisés se exponía a las peores consecuencias. Jesús les contesta con otra pregunta, para que digan ellos mismos qué es lo que dejó establecido Moisés sobre el instituto jurídico del «repudio». El hombre casado podía «repudiar» a su mujer cumpliendo las formalidades requeridas y con algún motivo legal (que se solía interpretar con generosa laxitud a favor del marido).
Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre
El Maestro afirma que esta práctica ha de considerarse excepción o paréntesis de una ley superior y permanente. Excepción provocada por la decadencia moral. Decadencia que califica de «terquedad» (al pie de la letra, dureza de corazón). Es una antigua manera bíblica de indicar la obstinada oposición a los planes de Dios. El ideal de Dios está inscrito, «desde el principio», en la teología de la creación del hombre-y-la-mujer. Al unirse en matrimonio forman «una sola carne». Manera- bíblica de decir un único ser.
Unidad de amor y fecundidad, de derechos, deberes y destino. Jesús concluye el diálogo pronunciando su sentencia definitiva, principio básico de la familia según el derecho natural y cristiano: «lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombreserán los dos una sola carne». Es proyecto, obra y derecho de Dios. Una vez realizada, no hay voluntad de hombre que pueda separarla.
Fidelidad es el amor que dura
Una vez a solas con él, los Discípulos piden alguna aclaración. El Maestro se reafirma en su absolutez: Ningún «repudio», promovido ya por el hombre ya por la mujer, deshace su compromiso de fidelidad. Fidelidad es el amor que dura y vence cualquier dificultad. Exige al amor que sella el matrimonio la sinceridad, sin la cual no hay amor, de ser único, total y para siempre.
Sigamos con atención este admirable razonamiento, que restituye el matrimonio al estado instituido por Dios, que proclama francamente su indisolubilidad y corta todos los abusos que en él se habían introducido o que de antiguo toleraban las autoridades judías.
El matrimonio es una realidad sagrada
Hoy que tanto se ataca a la familia y la unión matrimonial, es necesario volver a las raíces. El matrimonio fue elevado por el mismo Jesucristo a la dignidad de sacramento, luego es una realidad sagrada y en él los esposos están llamados al más puro amor y a la santidad. Quienes se casan inician juntos una vida nueva que han recorrer en compañía de Dios, no al margen de Él y de sus mandamientos. Cuando el matrimonio no se vive con Dios, es un fracaso.
El modelo: la Sagrada Familia
Dios mismo quiso que su Hijo naciera en una familia perfectamente constituida y la Familia de Nazareth debe ser el modelo de todo matrimonio cristiano. Por eso ayudará mucho que los esposos mediten con frecuencia en la vida de José y María, cómo se comportaban, cómo se amaban, cómo se ayudaban mutuamente a crecer en santidad, cómo Dios era el centro de sus vidas. José, como cabeza de familia, era el que dirigía, protegía, velaba por María y Jesús. Y María obedecía con docilidad, con sumisión. Pero todo dentro del más profundo respeto y amor mutuo.
La familia es la célula vital de la sociedad. Por eso no podemos permitir que la sociedad y los gobiernos e ideologías malsanas sigan queriendo destruir, profanar y corromper algo tan sagrado. La familia, tal como Dios la ha querido, es el lugar idóneo para que con el amor y el buen ejemplo de los padres, los hijos se formen para ser buenos cristianos y buenos hijos de Dios.
En este Año de la Familia, pidamos a la Sagrada Familia de Nazareth que enseñe a los matrimonios a formar hogares santificados por la gracia y la presencia de Dios e irradien Su luz en una sociedad que está cada vez más inmersa en las tinieblas.