El texto de este domingo (Mc 10, 35-45) es un ejemplo más del contraste entre la actitud de Jesús y la de los discípulos. Frente a la búsqueda de gloria humana por parte de los discípulos, Jesús aparece como el Siervo que da su vida en rescate por todos. Y su gloria consiste precisamente en justificar a una multitud inmensa «cargando con los crímenes de ellos» (1ª lectura: Is 53,10-11).
Jesús corrige a sus discípulos sus ideas excesivamente terrenas, sobre todo en su afán de poder y dominio y nos indica a todos el camino: tendremos parte con Él en la gloria si en este mundo participamos de sus sufrimientos, si bebemos el cáliz del dolor. El seguidor de Cristo que quiera ser grande debe hacerse servidor de los demás, el puesto de honor ambicionado por él será el lugar de mayor servicio.
Hasta dar la vida
Por esta misma razón, desear los primeros puestos, ambicionar estar por encima de los demás, etc., ni es justo, ni útil y puede ser motivo de gran escándalo. Si el divino Maestro no vino a ser servido sino a servir lo mismo tienen que pretender sus discípulos.
Glosando este pasaje, nos decía el P. Molina: “La grandeza está en abajar el propio yo hasta rendirlo a poner su voluntad al servicio de la Voluntad del Padre: ese es el cambio de dirección que hay que hacer, el enfoque diverso de concebir la grandeza: no sólo tengo que cambiar de conducta sino de motivación.
El cambio de motivación que debe darse en mí es el siguiente: cuando escojo algo bueno la razón de escogerlo es el ser querer de Dios que yo escoja eso bueno concreto. La razón de mis opciones es sólo una: el ser esa opción la Voluntad de Dios”.
Para Santiago y Juan la Voluntad de Dios fue efectivamente que bebieran del mismo cáliz del Señor y fueran bautizados con el bautizo que recibió Cristo, por eso ambos hermanos murieron mártires. Pero esto lo consiguieron después de comprender que lo honorífico para Dios no son los puestos sino la entrega a Él y a los hermanos por amor.
Madre intercesora
La madre de estos hermanos se dejó llevar del natural amor materno y por eso pedía lo que consideraba mejor para sus hijos.
Nosotros debemos aprovechar lo que tuvo de bueno la actitud de esta mujer y aspirar también a una unión estrecha con Jesús, a participar de sus gracias, a hacernos dignos de su predilección, pero de una manera ordenada, sin preferirnos a nadie.
Si los hijos del Zebedeo se valieron de su madre para hacer esta petición a Jesús, nosotros nos debemos valer de nuestra Madre del cielo, María, para pedir a Jesús las gracias que necesitemos, sobre todo la de perseverar fieles en el seguimiento de nuestro Maestro, Jesús.