El Nuevo Testamento nos recuerda de múltiples maneras que la fe es el único camino para nuestra relación con Dios: «sin fe es imposible agradar a Dios» (Heb 11,6). Por eso mismo es la raíz y fundamento de toda la vida del cristiano.
En el Evangelio de hoy (Lc 17 5-10), ante la petición de los apóstoles de que les aumente su fe, Jesús les enseña que si su fe fuera tan pequeña como un grano de mostaza, serían capaces de hacer milagros.
Como el grano de mostaza
Las palabras «si tuvierais fe» que pronuncia Jesús sugieren que nuestra fe es prácticamente nula, ya que bastaría «un granito» para ver maravillas. El Señor aquí se refiere más bien a la calidad que a la cantidad. Así como el grano de mostaza, aunque sea pequeñísimo, contiene en sí mismo toda la perfección de una semilla y es capaz de fructificar, así nuestra fe, si es auténtica, pura, real, aunque sea pequeña, tiene el poder de alcanzar de Dios obras grandiosas.
Es decir, no basta con cualquier tipo de fe, una fe mediocre, dudosa, vacilante, medio aguada… Tiene que ser pura, sin vacilaciones ni dudas, de lo contrario no conseguiremos nada.
Avivar el fuego de la fe
El poder de la fe es muy grande, porque cuenta con el poder infinito de todo un Dios. El verdadero creyente no se apoya en sus limitadas capacidades humanas, sino en la ilimitada potencia de Dios, para el cual «nada hay imposible» (Lc 1,37). La fe es la única condición que Jesús pone a cada paso para obrar milagros y es también la condición que espera encontrar hoy en nosotros para seguir realizando sus maravillas.
Jesús nos enseña que Dios es capaz de realizar lo humanamente imposible. Por eso, el problema no está en las dificultades con que nos encontramos o los males que nos aquejan, sino que está en nuestra falta de fe auténtica que paraliza la obra de Dios. Esa fe que espera todo de Dios, que no pone límites a su poder. Por eso, como pobres siervos que somos, nos corresponde avivar el fuego de la fe que nos ha sido dada y no dejar que se apague.
La fe de María
Para eso encontramos el mejor ejemplo en María, mujer de fe. Como nos dice la Lumen Gentium: «María no fue un instrumento puramente pasivo en las manos de Dios, sino que cooperó a la salvación de los hombres con fe y obediencia libres».
Debemos seguir las mismas huellas de fe operante de María: una fe generosa, que se abre a la Palabra de Dios y acoge su Voluntad, «He aquí la esclava del Señor»; una fe fuerte, que supera todas las dificultades, incomprensiones, crisis, como María al pie de la cruz; una fe operante, que quiere colaborar fuertemente con el designio de Dios sobre nosotros, como en las bodas de Caná. Que el ejemplo y la intercesión de María nos impulse a crecer en fe y a esperar contra toda esperanza.