El Evangelio de hoy (Lc 10,1-12,17-20) nos muestra que todo cristiano es misionero. El Señor envía a sus 72 discípulos para que vayan delante de Él y le preparen el camino. De la misma manera, todo bautizado es enviado por Cristo al mundo para ser testigo suyo y para ayudar a las almas a prepararse para recibir la gracia de Dios, que es la única capaz de transformar al hombre.
El cristiano tiene la misión de hacer presente a Cristo en el mundo de hoy. Y las palabras de Jesús: “la mies es mucha y los obreros pocos”, revelan la urgencia de esta misión ante las inmensas necesidades del mundo. Hoy podemos cuestionarnos si me veo a mí mismo como un enviado de Cristo en todo momento y lugar. O si por el contrario, me estoy excluyendo de esa tarea que es obligación de todo discípulo del Señor.
Condiciones para seguir a Jesús
También nos presenta el Evangelio las condiciones y particularidades que deben distinguir a todo discípulo misionero: en primer lugar el desprendimiento de los bienes terrenos y el abandono confiado en la providencia de Dios. «No llevéis talega, ni alforja, ni sandalias».
El que va en nombre de Cristo se apoya en el poder del Señor. Su autoridad no viene de sus cualidades, ni su eficacia de los medios de que dispone. Al contrario, su ser enviado se pone de relieve en su pobreza, y el poder del Señor se manifiesta en la desproporción de los medios, porque “la fuerza de Dios se realiza en la debilidad”.
Lo más contradictorio con el apóstol es la búsqueda de seguridades humanas fuera de Cristo. Sólo viviendo así nuestro testimonio de paz será convincente para quienes nos escuchen. Pero, ¿cómo podremos la paz cuando la carencia de medios materiales y humanos representa para nosotros una preocupación que nos desenfoca de lo único necesario?
Ser testigo de Cristo supone riesgo valiente. Jesús nos previene contra las dificultades que nos esperan y nos enseña cuál debe ser nuestra actitud: “Os envío como ovejas en medio de lobos”.
Nuestro mensaje muchas veces será rechazado y nosotros mismos seremos perseguidos. Pero en medio de todas las dificultades y contradicciones, por la mansedumbre del cordero y no por la violencia, será como podremos extender el mensaje de salvación a aquellos que tengan un corazón abierto para recibirlo.
Discípula y Misionera
Ejemplo de verdadera discípula y misionera es María Santísima, la Mediadora de todas las gracias. Ella no sólo intercede para conseguir a los hombres todas las gracias necesarias para su salvación, sino que con su ejemplo nos anima a ser coherentes con nuestra fe, como Ella lo fue.
A pesar de las dificultades, del rechazo que sufría su Hijo, nunca claudicó. Pasó por este mundo sin detenerse en las realidades terrenas, pues su única preocupación era la gloria de Dios y la salvación de las almas. Y ahora, con su amor materno y tierno continúa conduciendo al redil a las ovejas descarriadas que se alejan de la verdad.