Pedro manifiesta en nombre de los Doce su fe en que Jesús es el Mesías y Éste lo proclama dichoso y le anuncia su futura misión en la Iglesia. El Señor, al enviar a los suyos al mundo, quiere agruparlos en una familia jerarquizada, eso es la Iglesia, de la que Pedro será la cabeza visible en la tierra como representante de Cristo.
A la confesión de Pedro, responde Cristo con una triple promesa expresada en metáforas.
- Pedro será «roca» inconmovible de la Iglesia de Cristo, que sobrevivirá a todos los azares y tribulaciones.
- Se le confiarán las llaves del Reino de los Cielos, para abrir y cerrar a quien le parezca oportuno.
- Podrá atar o desatar, es decir, podrá decidir o prohibir lo que considere necesario para la vida de la Iglesia, que es y sigue siendo de Cristo. Siempre es la Iglesia de Cristo y no de Pedro.
La promesa de Dios
El Señor dice muy claramente que el poder del infierno no prevalecerá contra la Iglesia, no podrá destruirla y eso vale para todos los tiempos. A lo largo de toda la historia la Iglesia siempre ha sufrido ataques y persecuciones. Ataques de fuera, de los que no pertenecen a la iglesia y ataques de dentro, de miembros que se han corrompido y la han traicionado.
Pero la promesa del Señor ha permanecido y permanecerá hasta el fin. Nadie podrá destruirla, siempre subsistirá un resto que conservará la verdadera doctrina y vivirá la verdadera fe.
Esto nos tiene que llenar de esperanza, aunque nos veamos rodeados de tanta confusión. La Iglesia, aunque formada por hombres pecadores, es santa y tiene el poder de santificar a las almas.
También observamos que ante la profesión de fe de Pedro, Jesús le llama: Bienaventurado, por haber sido iluminado por el Espíritu Santo. Nosotros somos también bienaventurados porque hemos aceptado las verdades de la fe, prestando a ellas el obsequio de nuestra inteligencia y adhesión.
Una fe que no basta con tenerla replegada en el corazón, sino que es necesario confesar con nuestras palabras y acciones, porque el mismo Jesús ha dicho que el que no le confesare ante los hombres, tampoco Él le confesará delante del Padre celestial.
Madre de la Iglesia
La fiesta de hoy nos ofrece una oportunidad de renovar nuestra fe y manifestar nuestra filial devoción a la doctrina y al magisterio de la Iglesia.
Y también para examinarnos cuánto interés ponemos en conocer esa doctrina y llevarla a la práctica.
Pidámosle en este día a Santa María, Madre de la Iglesia, que vele por ella, que la defienda de los ataques de los que quieren destruirla, que la purifique de todo lo que la desvirtúa.
Y pidámosle también a María, la Desveladora de todas las herejías, que impida que el error nos seduzca y que nos conceda la gracia de vivir y morir como auténticos hijos de la Santa Iglesia Católica.