El jueves posterior a la solemnidad de la Santísima Trinidad, la Iglesia celebra la solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre del Señor, que en algunos lugares se ha trasladado al siguiente domingo.
En el Evangelio contemplamos precisamente el momento en el que Jesús instituye este adorable Sacramento en la Última Cena, dando perfección al sacrificio que se ofrecía en el Antiguo Testamento. En la primera lectura leemos el pasaje en el que Dios, por medio de Moisés hace alianza con su pueblo, sellándola con la sangre de animales. En la Nueva Alianza, Jesús realiza este pacto con el hombre mediante su propia Sangre, con el que quedamos santificados.
Misterio de amor incomprensible de Dios
Este es el sentido profundo de la Eucaristía. El sacrificio de Cristo, ofrecido históricamente una sola vez en el Calvario, es renovado sacramentalmente cada día en la Santa Misa para aplicar sus méritos a los fieles de todos los tiempos y para que todos puedan acercarse y beber de esta Sangre divina como la bebieron los discípulos en la Última Cena.
Con su muerte Jesús obtiene y me da el don salvífico más grande: el perdón de los pecados. Queda así suprimido el obstáculo que impedía eficazmente la entrega de Dios a mí. Y la Eucaristía es la aplicación a mí, de ese perdón conseguido en la Pasión de Jesús, por eso es la última y más grande donación de Jesús.
La Eucaristía, este misterio del amor incomprensible de Dios, es el más claro exponente de la capacidad infinita de amar que es Dios. Es el don que Dios nos hace de sí mismo sin que lo merezcamos.
Don de Dios para los demás
Dios me ha elegido y con su presencia eucarística está dispuesto a darme siempre fiel asistencia. Jesús Eucarístico es Dios saliendo a mi encuentro en toda situación por accidentada y desastrosa que ésta sea. Es inconcebible que una persona que me ama y está presente no me ayude en mi desgracia. ¡Cuánto más Jesús!
Pero Jesús Eucarístico espera mi respuesta, no como pago debido -pago compensatorio- sino como amor agradecido. ¡Que tu vida sea anuncio lleno de entusiasmo de este amor de Dios entre los hombres que es la Eucaristía!
En la Eucaristía te sientas a la mesa de Dios para participar de la divinidad. Para los orientales, el sentarse a la mesa era señal de don: de perdón, de amistad, de fraternidad, era garantía de paz. El comer Jesús con los pecadores, el sentarse a la mesa con los despreciados y marginados, significa que establece comunidad de vida con ellos, que les ofrece perdón, amistad, salvación.
Jesús Eucarístico es Don de Dios para nosotros. También nosotros debemos hacernos don de Dios para los demás.
Carne de su carne y Sangre de su sangre
En la Eucaristía palpita el Corazón de Dios. Por eso en esta gran fiesta, hagamos el propósito de renovar nuestro amor a Jesús Eucaristía. Procuremos vivir siempre en gracia para poder recibirlo frecuentemente y con provecho para nuestras almas. Como lo recibiría la Santísima Virgen, Mujer Eucarística.
En efecto, la Encarnación del Verbo en el seno de María nos anuncia la Eucaristía. El grano de trigo divino sembrado en las castas entrañas de María, germinará y madurará y lo molerán, para con él hacer el pan eucarístico. Tan unida va en el plan divino la Encarnación con la Eucaristía, que las palabras de San Juan pudieran traducirse así: El Verbo se ha hecho Pan: Verbum caro, Verbum panis” (San Pedro Julián Eymard).
En todas nuestras comuniones sería algo hermoso que tuviéramos conciencia de la presencia dulce y misteriosa de nuestra santa Madre María, unida inseparablemente a Jesús en la Sagrada Hostia. Jesús es siempre el Hijo que Ella adora. Él es Carne de su carne y Sangre de su sangre. Así pues, no será nunca posible separar a Jesús de María. Nuestra Señora y la Eucaristía, por la naturaleza de las cosas, están unidos inseparablemente, “hasta el fin del mundo” (cf. Mt 28, 20).