«Y mandando a la muchedumbre que se recostara sobre la hierba, tomó los cinco panes y los dos peces y, alzando los ojos al cielo, bendijo y partió los panes y se los dio a los discípulos, y estos a la muchedumbre. Y comieron todos y se saciaron y recogieron de los fragmentos sobrantes doce cestos llenos…» (Mt. 19-20)
El relato del milagro comienza con las mismas palabras y con las mismas actitudes con que los Evangelios y San Pablo nos han transmitido la institución de la Eucaristía. Tal coincidencia nos hace ver que este milagro, además de ser una muestra de la misericordia divina de Jesús con los necesitados, es figura de la Sagrada Eucaristía, de la cual hablará el Señor poco después, en la sinagoga de Cafarnaúm. Así lo han interpretado muchos Padres de la Iglesia. El mismo gesto del Señor –elevar los ojos al cielo- lo recuerda la liturgia en el Canon Romano de la Santa Misa. Al evocarlo nos preparamos para asistir a un milagro mayor que la multiplicación de los panes: la conversión del pan en Su propio Cuerpo, que es ofrecido sin medida como alimento a todos los hombres.
Poder y amor
El milagro de aquella tarde junto al lago manifestó el poder y el amor de Jesús a los hombres. Poder y amor que harán posible también que encontremos el Cuerpo de Cristo bajo las especies sacramentales, para alimentar, a todo lo largo de la historia, a las multitudes de los fieles que acuden a Él hambrientas y necesitadas de consuelo. Como expresó Santo Tomas en la secuencia que compuso para la Misa del Corpus Christi: “Lo tome uno o lo tomen mil, lo mismo tomen éste que aquél, no se agota por tomarlo.”
Cualquier sacrificio
La multitud que acude al Señor revela la fuerte impresión que su Persona había producido en el pueblo, pues tantos se disponen a seguir a Jesús hasta las alturas desiertas, a gran distancia de los caminos importantes y de las laderas. Suben sin provisiones, no quieren perder tiempo en ir a procurárselas por miedo a perder de vista al Señor. Un buen ejemplo para cuando nosotros tengamos alguna dificultad –como en estos tiempos de pandemia- para visitarle o recibirle. Por encontrar al Maestro vale la pena cualquier tipo de sacrificio.
Maravillosa Presencia
En la Sagrada Comunión recibimos cada día a Jesús, el Hijo de María, el que realizó aquella tarde este grandioso milagro. Es hermoso pensar que es totalmente cierto, que nosotros poseemos en la Eucaristía, al Cristo autor de todos estos milagros, a aquel Jesús que habló con la samaritana y al que está sentado a la diestra del Padre. Esta maravillosa presencia de Cristo en medio de nosotros debería revolucionar nuestra vida. ¡¡Él está aquí con nosotros, en cada iglesia, en cada pueblo y ciudad!! Nos espera y nos echa de menos cuando nos retrasamos o ausentamos de Su adorable presencia.
Está para ayudarnos
Nosotros cuando deseamos expresar nuestro amor a una persona le damos algún objeto, nuestros conocimientos, le hacemos favores, le prestamos ayuda, procuramos estar pendientes de la persona amada…, pero siempre encontramos un límite: no podemos darnos nosotros mismos. Jesús sí puede: se nos da Él mismo con su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, uniéndonos a Él, identificándonos con Él. Nos espera a cada uno. No aguarda a que le pidamos: nos cura de nuestras flaquezas, nos protege contra los peligros, contra las vacilaciones que pretenden separarnos de Él y aviva nuestro andar por este difícil camino de la vida. Cada Comunión es una fuente de gracias, una nueva luz y un nuevo impulso que, a veces sin notarlo, nos da fortaleza para la vida diaria, para afrontarla con garbo humano y sobrenatural, y para que nuestros quehaceres nos lleven a Él.
¿Has pensado alguna vez cómo te prepararías para recibir al Señor, si se pudiera comulgar una sola vez en la vida?
Espíritu de Reparación
El ángel de la Paz enseñó a los pastorcitos de Fátima -postrado ante un Cáliz y una Hostia que el mismo llevaba en sus manos y dejó suspensos en el aire- esta oración de reparación: “Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, os adoro profundamente y os ofrezco el preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Jesucristo, presente en todos los Sagrarios de la tierra, en reparación de los ultrajes, sacrilegios e indiferencias con que Él mismo es ofendido. Y por los méritos de su Sacratísimo Corazón y del Corazón Inmaculado de María os pido la conversión de los pobres pecadores”. Dando la Hostia a Lucía y el Cáliz a Jacinta y a Francisco añadió: “ Tomad y bebed el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo, horriblemente ultrajado por los hombres ingratos. Reparad sus crímenes y consolad a vuestro Dios”.
Fuente ad Sensum:
- Hablar con Dios: Francisco Fernández Carvajal