El Evangelio de hoy (Jn 10, 27-30) presenta a Cristo, Buen Pastor, que conoce a cada uno de los suyos, con un conocimiento que es amor y complacencia. Cristo me conoce como soy de verdad. No soy un extraño que camina perdido por el mundo. Él conoce mi vida entera, toda mi historia. Más aún, conoce lo que quiere hacer en mí. Conoce también mi futuro.
El que se sabe amado por Dios es capaz de superar los obstáculos que se le presentan en el camino, es capaz de llevar su cruz con fortaleza, es capaz de conservar la paz del corazón en medio de las tormentas porque sabe que no está sólo.
Escuchar su voz
Pero a demás de ese convencimiento, parte fundamental de nuestro crecimiento en la vida espiritual es aprender a escuchar su voz. Por eso Él dice: Mis ovejas escuchan mi voz. Es una hermosa definición de lo que significa ser cristiano. Se trata de estar atento a Cristo, a su voz, a su voluntad, a las llamadas que sin cesar, a cada instante, nos dirige.
No creemos en un muerto. Cristo está vivo, resucitado; más aún, está presente, cercano, camina con nosotros. Se trata de escuchar su voz y de seguirle, de caminar detrás de Él siguiendo sus huellas. El cristiano no sigue una idea, sino a una Persona. Pero seguir a Cristo compromete la vida entera. Porque no se puede “escoger” lo que quiero escuchar y aquello para lo que prefiero hacerme el sordo.
¡Confianza!
Y premio de esa docilidad es la vida eterna que nos promete Jesús, porque la fe y la gracia son el comienzo de la eternidad bienaventurada. Quienes permanecen unidos a Cristo por la gracia no perecerán jamás, porque nadie puede arrebatar de la mano de Dios a aquellos que desean pertenecerle por entero.
Nadie hay más fuerte que Jesús, aunque contra él y sus ovejas se conjuren todos los enemigos, de la tierra y del infierno, de él y de los suyos. Tan grande es la fortaleza y el poder de Jesús, que es el mismo del Padre, por eso dice: El Padre y Yo somos uno. El Buen Pastor es el Resucitado a quien ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra. Estamos en buenas manos. Ningún verdadero mal puede suceder al que de verdad confía en Cristo y se deja conducir por su mano poderosa.
Divina Pastora
¡Qué consuelo para los que nos preciamos de ovejas suyas esta seguridad de ser siempre de Jesús, si nosotros no nos salimos de su redil! Para eso contamos con la ayuda de María, la Divina Pastora, aquella que en la cruz nos fue entregada como Madre y a quien nosotros fuimos confiados como hijos. Cuando por nuestra debilidad o testarudez sintamos la tentación de no oír la voz de Dios sino seguir nuestros caprichos, no tenemos más que acudir a Ella, suplicarle que no permita que nos desviemos del camino, pedirle que nos fortalezca en la lucha diaria y que Ella misma vele para que podamos ser dignos de alcanzar los premios de la vida eterna.