Cuando el hombre se cierra a escuchar o a aceptar algo que no comprende o le incomoda, invoca toda clase de argumentos, hasta los más ridículos. Es lo que le sucede a los contemporáneos de Jesús. Comenzaron a murmurar de Él porque había dicho que Él era el pan bajado del cielo.
Jesús les está hablando de cosas espirituales, aduciendo textos bíblicos muy conocidos de todos, pero estaba claro que no querían entenderle. Así le sucede al ser humano. Cuando no quiere aceptar determinada verdad o acontecimiento, recurre al sarcasmo. La verdad sólo puede ser acogida y asimilada por un corazón humilde y sencillo, dispuesto a dejarse enseñar e iluminar.
Respuesta del hombre
Los oyentes presentan varias objeciones a lo largo del diálogo con Jesús. Refutan su descendencia, pues conocen a sus padres terrenos. Para ellos, Jesús es un simple mortal. Conocen al hijo de José y de María, pero no conocen todavía al Hijo de Dios. A esto el Señor responde con una gran revelación: Él viene del cielo y, por lo tanto, nadie puede ir a Él si el Padre mismo no lo atrae.
Terrible verdad que debería cuestionarnos. Si no nos sentimos atraídos por Jesús y no aceptamos con fe plena y sincera sus enseñanzas, es porque estamos poniendo obstáculo a la obra del Padre en nosotros. ¿No será esta la razón por la que tantas almas viven lejos de Dios? La culpa no es del Padre, sino del alma que vive ciega o endurecida en su punto de vista, en su soberbia, en su pecado. Porque Dios no niega su gracia al humilde.
La fe es la respuesta del hombre a esa atracción del Padre, a esa acción suya íntima y secreta en lo profundo del alma. La adhesión a Cristo es siempre respuesta a una acción previa de Dios en nosotros. Pero es necesario acogerla, secundarla. Por eso la fe es obediencia (Rom 1,5), es decir, sumisión a Dios, rendimiento, acatamiento. Y la fe siempre termina en adoración.
Y la fe nos permite «comulgar» –es decir, entrar en comunión con Cristo– en cualquier instante. La fe nos une a Cristo, que es la fuente de la vida. Por eso asevera Jesús: «Os lo aseguro, el que cree tiene vida eterna». Todo acto de fe acrecienta nuestra unión con Cristo y, por tanto, la vida.
La Fe de María
Para poder alcanzar la vida verdadera, Dios pide del hombre la respuesta de la fe. Una fe que muchas veces es difícil, porque nos lleva por caminos desconocidos y dolorosos, pero ciertos y seguros, porque el camina en fe, camina apoyado en la Palabra de Dios, que no falla.
También María tuvo que atravesar esos caminos en la oscuridad de la fe. El Concilio Vaticano II, al reflexionar sobre María como prototipo y modelo de la Iglesia, ha propuesto su ejemplo de fe activa precisamente en el momento de su Fiat: «María no fue un instrumento puramente pasivo en las manos de Dios, sino que cooperó a la salvación de los hombres con fe y obediencia libres».
Medita muy despacio en lo que significó para la Santísima Virgen prolongar ese Fiat hasta el último instante de su vida aquí en la tierra. Y pídele que aumente tu fe para responder con generosidad a todo lo que Dios te pida.