“¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? No está aquí. Ha resucitado” (Lc. 24, 5-6).
Jesús, el que recibió los cardenales de mis pecados y con su dolor me curó, ha triunfado. Triunfó en toda línea. Su triunfo es el de la plenitud de un cenit eterno. ¡Qué día tan grande el de la Resurrección! ¡Cristo, nuestra Pascua, ha resucitado! ¡Aleluya!
No somos de aquí
Jesús ha triunfado. Ha quedado constituido poderoso Salvador. Jesús exulta de gozo. Ya nos puede hacer bien. Quiere renovarnos (remozarnos, hacernos totalmente otros) en Su amor. Jesús quiere para cada uno de nosotros un cielo y una tierra nueva, quiere enjugar toda lágrima, quiere desterrar nuestra fatiga, llanto y muerte. Jesús nos recuerda hoy cuál es nuestro verdadero hogar, nuestra patria, esa que anhela el corazón: ¡el cielo! No somos de aquí. Lo mejor está por venir.
Lo primero pasó, ya puedo vivir el amor
Lo primero pasó: pasó la primera tierra, la del pecado, la de la enfermedad, la de la muerte. En Jesús: Dios es mi Padre, yo soy su hijo. Ya puedo vivir el amor: el amor que es gozo y gozo intenso, que es anchura de corazón, que es servicialidad, que es mansedumbre y asequibilidad, que es mostrar confianza, mostrar al otro que le aprecio y confío en él, que es dominio y control de todo mi ser para poder canalizar todas mis fuerzas al mayor servicio de Dios en los hermanos. Todo esto encierra Jesús el día de su resurrección ¿Se lo hemos agradecido?
Dios siempre quiere hacernos bien
Por eso el Cristianismo es completa esperanza, completa alegría, luz de amanecer cargado de promesas. El apóstol San Pablo exclama: “la esperanza no defrauda”. Y por eso lo primero que hace Cristo en el día de su triunfo, en la resurrección, , ya dueño de su sitio en el cielo a la derecha del Padre es visitarnos con este grito que encierra todo el mensaje de Dios: “¡¡Alegraos!!”. Dios es el que siempre quiere hacernos bien. El Único capaz de sacar inmenso bien y vida abundante incluso donde el hombre quiere sembrar mal y muerte.
Jesús metió resurrección y vida en el mundo muerto que le tocó vivir. También nosotros debemos meter resurrección y vida en el mundo muerto, sin esperanza, que nos ha tocado vivir.
Para eso es imprescindible cultivar la amistad con Dios, el trato frecuente con Él en la oración y el Espíritu Santo podrá fortalecernos para que demos testimonio de la Fe.
El encuentro con el Hijo resucitado
Varios autores, entre ellos algunos santos canonizados, sostienen que la primera aparición de Jesucristo fue a su Madre, aunque el Evangelio calle el dato. San Ignacio de Loyola afirmó con decisión que “solamente dudar de esta aparición de Jesús resucitado a su madre, sería una privación de la inteligencia”. Santa Teresa de Jesús tuvo una revelación del Señor en el que la que le dijo que se apareció primero a su Madre. San Juan Pablo II en la audiencia general del 21 de mayo de 1997 catequizaba:
“¿Cómo podría la Virgen, presente en la primera comunidad de los discípulos (cf. Hch 1, 14), haber sido excluida del número de los que se encontraron con su divino Hijo resucitado de entre los muertos? Es legítimo pensar que verosímilmente Jesús resucitado se apareció a su madre en primer lugar. La ausencia de María del grupo de las mujeres que al alba se dirigieron al sepulcro (cf. Mc 16, 1; Mt 28, 1), ¿no podría constituir un indicio del hecho de que ella ya se había encontrado con Jesús?
El carácter único y especial de la presencia de la Virgen en el Calvario y su perfecta unión con su Hijo en el sufrimiento de la cruz, parecen postular su participación particularísima en el misterio de la Resurrección. En efecto, ella, que en la Anunciación fue el camino de su ingreso en el mundo, estaba llamada a difundir la maravillosa noticia de la resurrección, para anunciar su gloriosa venida.
María, al acoger a Cristo resucitado, es también signo y anticipación de la humanidad, que espera lograr su plena realización mediante la resurrección de los muertos.
En el tiempo pascual la comunidad cristiana, dirigiéndose a la Madre del Señor, la invita a alegrarse: Regina caeli, laetare. Alleluia. ¡Reina del cielo, alégrate. Aleluya! Así recuerda el gozo de María por la resurrección de Jesús, prolongando en el tiempo el ‘¡Alégrate!’ que le dirigió el ángel en la Anunciación, para que se convirtiera en ‘causa de alegría’ para la humanidad entera”.
Pasemos este día en acción de gracias. ¡Feliz Pascua de Resurrección!