Solemnidad de Pentecostés: plena efusión del amor de Dios sobre nosotros, por la intercesión constante y materna de María Santísima. Gran fiesta donde se cumple plenamente la promesa de Jesús, fruto de su oración al Padre: «Y yo rogaré al Padre y os dará otro Paráclito para que esté siempre con vosotros» (Jn. 14, 16).
Ese Espíritu Divino, que como escribió San Pablo en su carta a los romanos “…viene en ayuda de nuestra flaqueza. Pues nosotros no sabemos cómo pedir para orar como conviene; mas el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inefables” (Rm 8, 26-27).
Jesús, porque nos es imprescindible el Espíritu para llegar al amor, nos promete el Espíritu Santo: “El Paráclito (= el Abogado Defensor, el que ayuda, el Consolador, el animador, el reconfortador) el Espíritu Santo que el Padre enviará en mi nombre Él os enseñará todo y os recordará (= acercará en el momento oportuno…) todo cuanto os he dicho” (Jn 14, 26).
La Misión del Paráclito
La misión del Espíritu Santo es recordar al discípulo la enseñanza de Jesús al tiempo que se la hace comprensible, le da adecuada inteligencia de ella y aliento y tono vital para vivirla y asimilarla. El Espíritu Santo enviado por Jesús tiene la misión de conducirme a la inteligencia auténtica y profunda de la doctrina de Jesús y a la salud espiritual que me capacite para vivirla. El Espíritu Santo no me revela cosas nuevas, solo me descubre el verdadero sentido de Cristo y todas las significaciones que Cristo encierra. Y esto lo hace el Espíritu Santo no hablando sino iluminando y tonificando.
El Espíritu Santo ilumina y tonifica, afirma mi fe en Cristo en medio de las pruebas, contradicciones y luchas que el mundo y la carne le oponen. El Espíritu Santo estabiliza mi espíritu en la convicción de que Dios es, Jesús es y que el demonio no es y el mundo no es. Así me da rostro de bronce contra toda clase de herejías y persecuciones y contrariedades. El Espíritu Santo sostiene la causa de Dios en mí, impide mi desfallecimiento. Me da luz, fuerza, acierto. Me hace vencer. La escuela del Espíritu Santo está en mi corazón.
El Espíritu Santo y María
Dice San Maximiliano María Kolbe que el mejor modo de conocer y dejar actuar al Santo Espíritu es a través de Aquella cuya presencia lo atrae de modo irresistible: María. “La Virgen María existe para que sea mejor conocido el Espíritu Santo” (25-9-1937: Conferencias).
Así como Cristo vino y nos reveló el misterio de la Santísima Trinidad y luego, para conocer más y mejor al Hijo de Dios fue necesaria la venida del Espíritu Santo, así –afirma el santo- «la Virgen María es el lugar donde la obra del Paráclito se manifiesta de modo pleno.» Y esto es así porque “por Ella actúa el Espíritu Santo. Todas las almas reciben las gracias del Espíritu Santo, y decimos que el Espíritu Santo habita en el alma de los justos. Si esto es así, en el alma de la Inmaculada tiene la morada más perfecta. Ella es llamada la Esposa del Espíritu Santo”. (9-4-1938: Conferencias)
San Luis María Grignon de Montfort, por otra parte, afirma: “Quien desea tener en sí la operación del Espíritu Santo, debe tener a su Esposa fiel e inseparable, la divina María, que le da fertilidad y fecundidad”.
Y el Beato Pío IX, en su Bula Ineffabilis Deus, confirma las mismas ideas: “Ella sola ha sido hecha toda entera domicilio y santuario de todas las gracias del Espíritu Santo”.
La escena de la Visitación
La escena de la Visitación -fiesta que este año coincide con la solemnidad de Pentecostés- muestra la actuación del Espíritu Santo en dos momentos destacados. En el primero, María, impulsada por el Espíritu Santo «se puso en camino…” para congratularse con Isabel por el gran acontecimiento de ser madre del precursor, para mostrarle un afecto, una adhesión, que estaba con ella, que las cosas de Isabel interesaban a María como si fuesen las suyas propias. Para mostrar que acogía a Isabel y a todas sus cosas. Para servirla.
En el segundo, Isabel, al ver a María, quedó invadida por el Espíritu Santo, que le hizo conocer esos dos grandes misterios de la encarnación de Dios y la maternidad divina de María y todo en un momento, en un instante de tiempo. María actuó de mediadora de la gracia del Espíritu Santo que recibió Isabel.
Sombra viva de Dios
Podemos concluir que la Virgen Santísima es imprescindible en la vida del cristiano. De nuestro acercamiento a Ella dependerá la mayor o menor influencia del Espíritu en nuestras almas. Por ella nos habla y educa el Espíritu Santo.
Acudamos a María. De Ella se puede decir que en la primitiva comunidad, en la Iglesia, en el mundo, es como el aliento, como la brisa, el ungüento, el perfume, el rocío, la sombra viva de Dios.
María simplemente irradia como Jesús, e irradia a Jesús. Baña de luminosidad, al modo del Espíritu, toda la tierra. Apenas se la nota, como al Espíritu, pero a su lado florece la vida, lo pequeño comienza a vivir, lo desamparado encuentra refugio. Hoy como ayer, decía San Bernardo, «La presencia de María ilumina el universo».
En estos tiempos difíciles no nos cansemos de invocar la intercesión de María y por su mediación clamar con devoción: ¡VEN ESPÍRITU SANTO! ¡VEN!