La Asunción de María en cuerpo y alma al cielo es el broche de oro del Magnificat, donde se visibilizan las obras grandes que el Todopoderoso obró en su Humilde Esclava.
Hoy vemos a María en su triunfo estelar, radiante. La Virgen Santísima aparece asunta al cielo, resplandeciente de hermosura. Todo en Ella es luz y fulgor, belleza esplendorosa y deslumbrante. Los cuerpos celestes más bellos, más portentosos, revisten y adornan a la pequeñita Aldeana de Nazaret, que por ser pequeña agradó al Señor. Mujer totalmente luminosa y pura, todo lo ha recibido de Dios. Dios mismo es su adorno, su luz, su belleza.
Pero la Asunción no la distancia de nosotros. ¡Todo lo contrario! Cada uno de nosotros, hijos suyos, somos reclamo para su Corazón materno.
En el cielo tenemos una Madre
Hemos sido creados para vivir con una Madre. Y ese deseo se hace realidad en la Asunción de la Virgen. Merece la pena vivir, padecer, sufrir en María y por María, para llegar un día al encuentro eterno con Ella en el cielo, que es el encuentro con Dios. Plenamente convencido escribía San Maximiliano María Kolbe:
«Queridísimos hijos, en las dificultades, en las tinieblas, en las debilidades, en los desalientos… recordemos que el paraíso… se está acercando. Cada día que pasa es un día menos de espera. ¡Animo, pues! La Inmaculada nos espera allá arriba para apretarnos a su Corazón. ¡Cómo desearía decirles y repetirles lo buena que es la Inmaculada, para poder alejar para siempre de sus pequeños corazones la tristeza, el abatimiento interior y el desaliento! La sola invocación “María” aun con el alma sumergida en las tinieblas, en las arideces y hasta en la desgracia del pecado, produce un eco muy fuerte en su Corazón que tanto nos ama. Y cuanto más infeliz es el alma, hundida en las culpas, tanto más la rodea de amorosa y solícita protección la Virgen, que es refugio de nosotros, los pecadores. No se aflijan en absoluto si no sienten tal amor. Si quieren amar, esto es ya un signo seguro de que están amando. Se trata sólo de un amor que procede de la voluntad». (SK 509). «La vida es breve, el sufrimiento es breve; y después, ¡paraíso, paraíso, paraíso! ¡Animo, pues! » (SK 965).
El Dogma de la Asunción de María
El 1 de noviembre de 1950, en la Constitución Munificentisimus Deus, el venerable Papa Pío XII proclamó como dogma que la Virgen María «terminado el curso de su vida terrestre, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celestial».
El dogma de la Asunción afirma que el cuerpo de María fue glorificado después de su muerte. Su cuerpo inmaculado no conoció la corrupción del sepulcro. Es decir que, mientras para los demás hombres, todos nosotros, la resurrección de los cuerpos tendrá lugar al fin del mundo, para María la glorificación de su cuerpo se anticipó por singular privilegio y ya está junto con su Hijo Jesús en el cielo.
María es la primera criatura humana que realiza en sí la plenitud de la felicidad que Dios ha prometido a los elegidos mediante la resurrección de los cuerpos. En María Santísima contemplamos el destino final de quienes “oyen la Palabra de Dios y la cumplen” (Lc 11, 28).
Con la resurrección, toda la existencia de Cristo entró en la eternidad. En esa resurrección están todos los que han sido con Él muertos y sepultados.
Después de Cristo entró su Madre, la llena de gracia. La que nunca tuvo un momento de su vida vacío, estéril, del que tuviese que renegar. Cada día, cada hora, cada pulsación de su vida profunda, todas sus alegrías y todos sus sufrimientos, los instantes más sublimes y los más diminutos, continúan viviendo, todo queda asumido en la plenitud de la entrada de su cuerpo y alma a la patria bienaventurada. Ella me muestra el sendero angosto, ¿lo seguiré?
Nuestro fin último
Los hombres y mujeres de hoy vivimos pendientes del enigma de la muerte. Aunque lo enfoquemos de diversas formas según las culturas, aunque intentemos evadirlo de nuestro pensamiento, aunque tratemos de prolongar por todos los medios nuestros días en la tierra, todos anhelamos una vida feliz, para siempre.
El misterio de la Asunción de la Santísima Virgen María al Cielo nos invita a reflexionar sobre el sentido de nuestra vida aquí en la tierra, sobre nuestro fin último: la Vida Eterna, junto con la Santísima Trinidad, la Santísima Virgen María y los Ángeles y Santos del cielo. El saber que María ya está en el cielo gloriosa en cuerpo y alma, nos renueva la esperanza en nuestra futura felicidad perfecta para siempre.
Contemplando a María en la gloria celestial, comprendemos que tampoco para nosotros la tierra es una patria definitiva y que, si vivimos orientados hacia los bienes eternos, un día compartiremos Su misma gloria y así se hace más hermosa también la tierra. Por esto, aun entre las numerosas dificultades diarias, no debemos perder la serenidad y la paz.
El amor ha vencido
La fiesta de la Asunción es un día de alegría. Dios ha vencido. El amor ha vencido. Ha vencido la vida. Se ha puesto de manifiesto que el amor es más fuerte que la muerte, que Dios tiene la verdadera fuerza, y su fuerza es bondad y amor.
María fue elevada al cielo en cuerpo y alma. Como dijo Benedicto XVI: «El cielo ya no es para nosotros una esfera muy lejana y desconocida. En el cielo tenemos una Madre. Y la Madre de Dios, la Madre del Hijo de Dios, es nuestra Madre. Él mismo lo dijo. La hizo Madre nuestra cuando dijo al discípulo y a todos nosotros: «He aquí a tu Madre». En el cielo tenemos una Madre. El cielo está abierto; el cielo tiene un corazón» (15-8-2005).
Sí, hoy celebramos el encumbramiento máximo de nuestra Madre Santísima, el cenit de su SÍ, el anticipo de nuestra resurrección. Conmemoramos el ENCUENTRO con su Hijo Jesús –Corazón de su Inmaculado Corazón- en el Cielo.