Un gran signo apareció en el cielo: una mujer vestida del sol, y la luna bajo sus pies y una corona de doce estrellas sobre su cabeza. (Ap 12, 1)
María Inmaculada es decir triunfo de Dios. Un triunfo de Dios completo, eso es María. En la Inmaculada Dios nos da una Madre que colma todas las aspiraciones, aún las que en ensueños podamos aspirar. La Inmaculada es una “fuera de serie” del Espíritu Santo. María es una maravilla en la que lo que hemos descubierto queda muy por bajo de lo que se puede descubrir.
María es la digna de confianza. El máximo de garantía reside en una santidad perfecta. En Ella puedo depositar toda mi confianza.
Toda Ella es luz de santidad. No hay en Ella desviación. No ha habido en Ella alianza alguna, aún la pasajera o mínima de una insignificante imperfección, con el demonio, nuestro enemigo, el principal enemigo, el mortal, el que siempre está en el fondo de todo enemigo nuestro manteniendo y avivando las enemistades.
Asociado a Ella detestarás el pecado, repelerás el pecado. Tener una Madre Inmaculada es un tesoro nunca lo bastante alabado. Ponte bajo la dirección de María: el camino que Ella te señale es un camino recto y seguro para el encuentro con Dios.
Proclamación del Dogma de Fe
El 8 de diciembre de 1854, el Papa Pío IX proclamaba con la bula «Ineffabilis Deus» el dogma de la Inmaculada Concepción de la Virgen María. Es decir, que la Virgen María había sido preservada por Dios desde el mismo instante de su concepción, por los méritos de la redención de Cristo, del pecado original que todos los hombres tienen por la transgresión de Adán, para prepararse la más perfecta madre para su Hijo.
Sin embargo, el sentir del pueblo fiel ha ido por delante de la formulación del dogma, ya desde los primeros siglos. Sobre todo en Oriente, la Iglesia ha celebrado la pureza de María. Los padres de la Iglesia la definían la “Panaghia”, es decir, la toda santa, santificada por el Espíritu Santo, “lirio purísimo”, “inmaculada”.
En Occidente, la tradición eclesial mantuvo siempre la doctrina de la Inmaculada Concepción, pero la evolución del dogma se vinculó al discernimiento teológico sobre la cuestión del pecado original, que se desarrolló a lo largo de varios siglos, hasta la definición dogmática.
En 1830, la Santísima Virgen se apareció a una religiosa, Santa Catalina Labouré, y le confió la tarea de difundir en todo el mundo la “Medalla milagrosa”, que contenía la imagen de María y la inscripción “O María concebida sin pecado”. Su difusión y devoción fue tan grande entre los fieles, que muchos obispos pidieron al papa Gregorio XVI la definición del dogma de la Inmaculada Concepción y luego a su sucesor, el Papa Pío IX, quien instituyó una comisión para que examinase cuidadosamente todo lo relativo a la Inmaculada.
Finalmente, definió “que ha sido revelada por Dios, y por consiguiente, qué debe ser creída firme y constantemente por todos los fieles, la doctrina que sostiene que «la santísima Virgen María fue preservada inmune de toda mancha de culpa original, en el primer instante de su concepción, por singular gracia y privilegio de Dios omnipotente, en atención a los méritos de Jesucristo, salvador del género humano”.
En 1858, la Santísima Virgen quiso confirmar la proclamación del Dogma de la Inmaculada Concepción, que se había declarado cuatro años antes. Se apareció en Lourdes, Francia, a Santa Bernardita Soubirous y a la pregunta de la joven sobre quién era, la Madre de Dios contestó: “Yo soy la Inmaculada Concepción».
Los santos y la Inmaculada
San Maximiliano María Kolbe (+1941), mártir de la caridad, llamado «el loco de la Inmaculada», invitaba a consagrarse plenamente a Ella:
«El que pertenece más a la Inmaculada se acercará con mayor audacia y libertad a las llagas del Salvador, a la Eucaristía, al Corazón de Jesús y a Dios Padre».
«En la práctica, sabemos que las almas que se han dado a la Inmaculada por completo y sin límites conocen mejor a Cristo Jesús y el Misterio de Dios. La Madre de Dios no puede conducir a otro lugar que no sea el Señor Jesús».
San Antonio María Claret (+1870 ), acerca de la época en que fue Arzobispo de Cuba escribe en su diario:
«El día 12 de julio de 1855, a las cinco y media de la tarde, en que concluí la Carta pastoral de la Inmaculada Concepción, me arrodillé delante de la imagen de María para darle gracias de haberme ayudado en escribir aquella carta, y de repente y de sorpresa oí una voz clara y distinta desde la imagen que me dijo: Bene scripsisti (bien escrito). Dichas palabras me hicieron una muy profunda impresión, con deseos muy grandes de ser perfecto».
San Germán de Constantinopla (Siglo VIII), no tiene escrúpulos en afirmar:
“Nadie, oh Santísima, será salvo sino por Ti; nadie, oh Inmaculada, está libre del mal sino por Ti; nadie, oh Purísima, recibe los dones de Dios sino por Ti”.