Paralela a la fidelidad de Dios la Liturgia nos presenta la fidelidad de María, en quien se cumplieron las Escrituras. Todo estaba previsto en el plan eterno de Dios y todo estaba ya dispuesto para la encarnación del Verbo en el seno de una Virgen descendiente de la Casa de David.
La actitud fundamental de María es su disponibilidad a la Voluntad del Padre. Y el momento central de esa disponibilidad fue la Anunciación del ángel cuando le da a conocer los designios de Dios sobre Ella. El “He aquí la esclava…” es el acontecimiento culminante de la Historia de la Salvación porque en esa disponibilidad de María pudo realizarse la Encarnación, esto es: el Amor infinito de Dios a nosotros.
La vida de Santa María, su espiritualidad, se resume en su disponibilidad sin reservas al Plan de Dios que es la Encarnación. Solo Dios es el dueño de la vida de María: Ella solo es la humilde sierva, la abierta a la acción del Espíritu Santo. María es un SÍ claro y decidido a la Voluntad de Dios, no momentáneo, sino perseverante; no superficial, sino profundo, a prueba de riesgos. María se ha entregado con todo su ser: no desmentirá nunca su entrega.
La perfecta disponibilidad
La espiritualidad de María es la de la ‘perfecta disponibilidad’. Así debe ser la nuestra. María queda por eso constituida en modelo de la Iglesia. Ella es la Madre de la Iglesia.
María es el perfecto dechado de docilidad al Espíritu Santo. Y esta disponibilidad permitió a Dios realizar la obra más grande: la Encarnación del Verbo, que Dios se hiciera Hombre, Uno, en todo igual a nosotros, excepto en el pecado. Y en esta unión con el Espíritu de Dios reside toda la grandeza de María.
Dice San Ireneo: “María siendo dócil -es decir, obedeciendo- fue causa de salvación para sí y para todo el género humano”. Y “El nudo atado por Eva desobedeciendo, fue desatado por María obedeciendo; lo que destruyó Eva por su incredulidad, lo construyó María con su fe”.
La respuesta de María
Es una constante del obrar de Dios: Requiere la libre cooperación del hombre. Por eso el centro del relato de la Anunciación lo constituye la respuesta de María. La respuesta de María fue la única que debía ser: la de la plena disponibilidad a su Creador y Señor. Gracias a su FIAT, se puso en marcha todo el plan Salvador de Dios.
Por eso San Bernardo se atreverá a decir en boca del Ángel que trae el anuncio de Dios: “De tu palabra depende el consuelo de los miserables, la salud de todos los hijos de Adán. Da pronto, ¡Oh Virgen! La respuesta. Responde aquella palabra que espera la tierra, que esperan los ciudadanos del Cielo. El mismo Rey y Señor de todos cuanto deseó tu hermosura, tanto desea ahora la respuesta de tu consentimiento; en la cual sin duda se ha propuesto salvar el mundo” (Hom. 4 sobre la Virgen Madre, 8).
El «hágase» de Dios creó de la nada todas las cosas; el «hágase» de María dio curso a la redención de todas las criaturas. De este modo, Ella colaboró con el plan salvífico de Dios. ¡También espera Dios nuestro consentimiento para, con nosotros y a través de nosotros, derramar misericordias en este mundo!
En este nuevo Año litúrgico que iniciamos, inscribámonos de manera consciente y libre en la “escuela de María”. Ella nos enseñará de manera muy suave y conforme a nuestras fuerzas, a ir dejando atrás las frivolidades y ligereza de nuestra vida para interiorizar la fe y que a su luz interpretemos los sucesos de cada día. Todo lo que nos espera en este año, ha sido previsto por Dios para nuestra salvación. Confiemos en Santa María Virgen y abandonémonos en sus manos maternales. Seguro que desembocaremos en Dios.