El Evangelio de hoy es resumen de una controversia. Intervienen, por una parte, algunos Doctores de la Ley junto con los fariseos. Por la otra, Jesús con quien están los discípulos y el pueblo. Se entrelazan dos temas: el de la pureza ritual y el de la tradición tal como aquellos Doctores la entendían. El Maestro contraataca a los dos reproches. Primero: las enseñanzas de los hombres nunca deben anteponerse a la Palabra de Dios. Segundo: lo que importa es la conciencia pura, no las manos bien lavadas con agua.
Observar los Mandamientos de Dios
¿De qué vale tener las manos limpias si el corazón está lejos de Dios? Por eso el Señor les dice: «Dejáis a un lado el Mandamiento de Dios y os aferráis a las tradiciones de los hombres».
La palabra «tradición» era sinónima de enseñanza. En tiempo de Jesús, bastantes maestros exageraron el valor de su propia autoridad. En vez de explicar y aplicar la Palabra de Dios, los fariseos la sustituían por mandatos humanos, exigiendo prácticas meticulosas, que hacían insoportable a la gente sencilla la fidelidad religiosa, descuidando o infravalorando la observancia fundamental de los Mandamientos de Dios.
A todo nivel del magisterio religioso, es principio fundamental que el maestro humano debe estar al servicio de la Palabra de Dios, y no viceversa.
Pureza o impureza
Jesús aceptaba con sencillez las costumbres de su tierra. No hubiera opuesto dificultad a la de purificarse las manos antes de comer, si se hubiese considerado como gesto pedagógico, expresión de una actitud de espíritu.
Pero los escribas atribuían al rito una eficacia mágica. Sin ablución, las manos que se habían ocupado en quehaceres profanos eran impuras. Hacían impura la comida que tocaban. La comida hacía impuro al hombre. La equivocación radical consiste en situar la «pureza» o «impureza» ante Dios en lo que es exterior al hombre: cosas, gestos, ritos, prácticas, sistemas, palabras.
La «pureza» del hombre ante Dios —su intrínseca calidad moral— tiene por centro y fuente el «corazón», la sincera intimidad, que es raíz de los actos.
Signo exterior de lo que llevamos en el interior
«Es lo que sale de dentro lo que hace impuro al hombre». De dentro; es decir, del «corazón». En lenguaje bíblico, «corazón» abarca el pensar, sentir y querer del hombre bajo la mirada del Dios que está dentro. Las obras son lógica del «corazón». El Evangelio enumera doce entre las principales maldades que «salen de dentro» y manchan la persona humana: las intenciones malas, las fornicaciones, robos, asesinatos, adulterios, avaricias, maldades, fraude, libertinaje, envidia, injuria, insolencia, insensatez. Esto es lo que en realidad nos mancha y nos hace indignos de Dios, nos aparta de su amistad y nos quita su gracia.
Lavar ritualmente objetos y manos es tarea fácil. A los de manos puras, labios elocuentes y vida corrompida el Señor los llamaba hipócritas. El lavado de manos es un signo exterior de que lo debemos vivir interiormente. Es decir, que para acercarnos a Dios debemos procurar conservar el alma limpia de todo pecado, de toda impureza, falsedad, maldad, doblez.
Pidamos a la Virgen Inmaculada, que fue fidelísima en la observancia de la Ley, aún de las leyes que a Ella no la obligaban -no tenía necesidad de ir al Templo a purificarse de nada, y prefirió obedecer- que nos conceda esa pureza de corazón, que aleje de nuestra vida todo pecado para poder vivir con sinceridad nuestra fe.