27 de noviembre de 1830. Santa Catalina Labouré, relata: «El sábado anterior al primer domingo de Adviento, a las cinco y media de la tarde nos hallábamos reunidas rezando en la capilla, después de haber escuchado con gran silencio el primer punto de la meditación que había leído una novicia, cuando advertí un ligero ruido como producido por el roce de un vestido de seda, junto al cuadro de San José.
La Virgen vestida de blanco
Volviendo la cabeza, vi a la Virgen de pie, vestida de blanco y tocada con un velo. Sus pies estaban apoyados sobre la mitad de una bola. En sus manos sostenía un globo. No acierto a describir su resplandeciente belleza, sus ojos elevados al cielo y su majestuoso rostro…
De pronto observé en sus dedos anillos con un engarce de piedras preciosas que despedían intensos rayos de luz que se ensanchaban hasta llegar a sus plantas. Yo contemplaba extasiada. Ella me miró y me hizo oír su voz: “Este globo que ves representa al mundo entero, pero especialmente a Francia… así como también a cada persona. Los rayos son el símbolo de las gracias que concedo a todos los que me las piden”.
El óvalo luminoso
Igualmente me dijo cuán generosa es con quienes le rezan. Y la profunda alegría que siente al prestar su auxilio… En este momento me parece haber abandonado la tierra. Se formó como un óvalo luminoso a su alrededor, en el que aparecieron unas letras doradas que decían: “¡Oh María, concebida sin pecado, rogad por nosotros que recurrimos a Vos!”.
Luego oí estas palabras: “Haz que se acuñe una medalla según este modelo, y di que todas las personas que la lleven consigo recibirán grandes favores, que serán más abundantes para quienes la lleven con confianza…”»
Epidemia vencida
En marzo de 1832 estalló en París una epidemia de cólera, que asoló la ciudad. Cien mil personas murieron en Francia y veinte mil fueron las víctimas en la capital por causa de esa terrible enfermedad. Su tratamiento era desconocido, pues se había originado en la India. Las descripciones de la época son aterradoras: en pocas horas el cuerpo de una persona sana se reducía a un estado casi esquelético. Todo el país estaba lleno de pánico.
El 30 de junio las Hijas de la Caridad recibieron las primeras medallas de la Virgen, acuñadas según el modelo que María Santísima había mostrado a Santa Catalina Labouré dos años antes. Era un expreso deseo de María, para proteger y llenar de gracias a sus hijos. Las Hermanas inmediatamente comenzaron a distribuirlas. Los milagros se multiplicaron y el pueblo las denominó «Medallas milagrosas».
En junio de 1832 se distribuían las dos mil primeras. En 1834 ya se había repartido más de medio millón. En 1835, un millón. En 1839 había más de diez millones de medallas en muchos lugares. Cuando murió Santa Catalina (1876) ya se habían acuñado más de mil millones.
La historia registra -entre muchos- el caso de Caroline Nenain de ocho años de edad. Era la única de su clase que no portaba la Medalla milagrosa, y la única que se vio afectada por el cólera. Sin embargo, tras serle impuesta la medalla, fue sanada y pudo volver a sus estudios.
La Virgen Inmaculada curó entonces los cuerpos y las almas. Y lo sigue haciendo hoy. ¿Le rezas con confianza? ¿Llevas su medalla? ¿La propagas para que se derramen gracias de conversión en las almas?
Conoce el simbolismo de La Medalla Milagrosa