Al inicio de la Cuaresma el Evangelio de hoy (Lc 4,1-13) pone ante nuestros ojos toda la seriedad de la vida cristiana: «Nuestra lucha no es contra la carne y la sangre, sino… contra los espíritus del mal que están en las alturas». Toda la historia humana es una lucha entre el bien y el mal, entre Cristo y Satanás. Pero en esta batalla no estamos solos. Cristo ha luchado y ha vencido para que también nosotros podamos vencer.
Jesús se retira al desierto para orar y hacer ayuno como preparación a su futura misión. Entonces, cuando el demonio lo cree oportuno, aparece en su vida para intentar apartarlo de la Voluntad de Dios. Y lo hace por medio de tres tentaciones que representan diversas pasiones que habitan en cada ser humano.
Primera tentación
La primera tentación es de gula. “Di que estas piedras se conviertan en panes”.
¡Cuántas veces repite el demonio esta táctica! Espera a que el hombre tenga hambre de placer, de éxito, de prosperidad. Cuando las pasiones despiertan entonces le presenta diversiones ilícitas y pecaminosas.
El Señor la rechaza con estas palabras: “No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra salida de la boca de Dios”. El hombre tiene una vida sobrenatural. Esa vida vale más que la vida material. Debes sostener esa vida conservando la gracia de Dios en tu alma. La gracia de Dios es el alimento que debes buscar. Y no se debe sacrificar la vida sobrenatural por lo que halaga al cuerpo.
Segunda tentación
La segunda tentación es de orgullo y vanidad: El Demonio lo lleva a lo más alto del pináculo del templo y le dice: “Si eres Hijo de Dios tírate abajo porque está escrito: “A sus ángeles ha dado órdenes para que tu pie no tropiece en la piedra”. Eso era tentar a Dios. Tentar a Dios es meterse voluntariamente en un peligro y querer que Dios nos libre milagrosamente de él. Por eso Jesús le contesta: “No tentarás al Señor tu Dios”. Este mismo procedimiento sigue el demonio con los hombres: los impulsa a que se metan en la ocasión de cometer pecado y les da una falsa confianza de que no les pasará nada.
Tercera tentación
La tercera tentación es de ambición y poder. El diablo lleva a Jesús a un monte alto y le muestra todos los reinos del mundo y le ofrece darle todo si postrado en tierra lo adora. Así es como el demonio busca a los hombres. Les ofrece poder, placeres a cambio de su alma. Si esa alma se condena, ¿de qué le vale todo lo que ha disfrutado? Nuestra alma ha sido comprada a precio de la sangre de Cristo. Fuimos creados por Dios y pertenecemos a Él solo.
Jesús vence finalmente con estas enérgicas palabras: “Apártate de mí, Satanás. Al Señor tu Dios adorarás y a Él solo darás culto”.
También nosotros debemos estar prevenidos para vencer las tentaciones que el demonio nos presente. Jesús nos indica las armas para vencer: La Palabra de Dios. En estos días Cuaresmales se nos invita a alimentarnos con más abundancia de la Palabra Divina, para que esta sea como un escudo que nos haga inmunes a las asechanzas del enemigo.
Luz de santidad
Y esa Palabra se nos hará asequible en la escuela de María, la que meditaba todo en su corazón. Porque toda Ella es luz de santidad. No hay en Ella desviación. No ha habido en Ella alianza alguna, aún la pasajera o mínima de una insignificante imperfección, con el demonio, nuestro principal enemigo.
María Inmaculada es toda Ella una firme y sólida repulsa, no solo del pecado, sino de la sombra del pecado. Es la detectora clarividente del pecado. Asociado a Ella detestarás el pecado, repelerás el pecado. Nosotros ¡tan débiles ante lo violento de las tendencias pasionales! Ponte bajo la dirección de María: el camino que Ella te señale es un camino recto y seguro para el encuentro con Dios. Que Ella te guíe en esta Cuaresma.