En el Evangelio de hoy (Lc 9,51-62) Santiago y Juan, con un celo desmedido, quieren hacer llover fuego sobre los samaritanos por haber rechazado a Cristo. Y Jesús los reprende por eso.
Cuantas veces en nuestro afán de querer que todos se conviertan, nos dejamos llevar de la impaciencia y de la ira ante el pecado del prójimo. Jesús nos enseña que no ésa la manera de obrar. Dios tiene paciencia con todos y busca la salvación del hombre. No es a nosotros a quienes corresponde juzgar ni tomar venganza, sino a Dios, Juez supremo.
La fuerza de la mansedumbre
Si queremos ayudar a nuestros hermanos y conquistar sus corazones para orientarlos al bien debemos usar no la fuerza y la imposición, sino la mansedumbre, la paciencia y la longanimidad. Jesús ha conquistado el mundo con la mansedumbre, así nosotros conquistaremos los corazones de nuestros hermanos en la medida en que, dominándonos a nosotros mismos, vengamos a ser corderos por la dulzura, dispuestos como Él a sufrir más bien que a imponernos por la fuerza.
Amor sin reservas
Luego el Señor invita a varias personas a que le sigan. Y seguir a Jesús implica la vida entera, no sólo algunos momentos o algunas zonas de nuestra existencia. Preferir la propia familia, buscar asegurarse el bienestar o mirar hacia atrás después de haber comenzado el camino, es hacerse inepto para el Reino de Dios.
El seguimiento de Jesús sólo puede ser incondicional. No caben rebajas ni descuentos y no es una cuestión de negociaciones. Poner condiciones es estar diciendo «no», es ya dejar de seguirle. Jesús lo ha dado todo y lo pide todo. Y esto es lo que implica ser cristiano: un seguimiento incondicional. No hay dos tipos de cristianos. Sólo es verdaderamente cristiano el que «va a por todas».
Los apóstoles fueron pecadores, pero no fueron mediocres: se dieron del todo, gastaron su vida por Cristo, sin reservarse nada.
El que se escandaliza porque Cristo pide la renuncia incluso a cosas buenas es que no ha entendido nada del Evangelio. Ser cristiano no equivale a ser honrado y no hacer mal; eso lo procuran también los ateos. Ser cristiano significa estar dispuesto a toda renuncia y a todo sacrificio por Cristo. Podemos preguntarnos: ¿Estoy viviendo yo así mi seguimiento de Jesús?
Nuestra Señora del Sí
Ciertamente el reto nos puede asustar. Por eso en nuestro caminar espiritual nunca debemos prescindir de la ayuda e intercesión de María. Toda su vida fue un sí radical, sin condiciones, sin rebajamientos, sin arrepentimiento a todo lo que Dios le pedía. Y no la llevó Dios por un camino de rosas sino de amargas espinas.
El dolor de María pasó, sus sufrimientos cesaron y florecieron en una santidad eminente que sigue fecundando maravillosamente a la Iglesia, a las almas y al mundo entero. Si Dios pide mucho es porque mucho más es lo que quiere darnos.
Que Ella, Nuestra Señora del Sí, del Amén, nos alcance esa gracia de dar una entrega generosa y sin medida. Sólo así nuestra felicidad será también sin medida.