El Evangelio de hoy (Lc 19, 1-10) nos presenta el pasaje de Zaqueo, el publicano, deseoso de ver a Jesús. Pero una vez más sorprende la actitud del Señor que toma la iniciativa y va mucho más allá de lo que el hombre espera alcanzar.
Zaqueo no le ha pedido nada, simplemente tenía curiosidad por conocer a ese Jesús de quien probablemente había oído hablar. Pero Jesús se adelanta, se auto-invita. Lo mismo hace con cada uno de nosotros. Jesús quiere vivir contigo, quiere entrar en tu corazón, pero ¿le dejas? Pues como Él mismo dice: «Estoy a la puerta llamando; si alguno me oye y abre, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo» (Ap 3,20). Jesús desea ante todo la intimidad contigo. Precisamente «hoy», ahora. Tú esperas algo de Dios, quizá te conformas con verlo pasar. Pero Él tiene para ti un plan mucho más grandioso.
La salvación entró a su casa
Por otro lado, vemos que Jesús una vez más rompe todas las barreras. Los fariseos –los más cumplidores y los maestros espirituales del pueblo judío– no osaban juntarse con los publicanos, pecadores públicos; cuánto menos entrar en sus casas: se contaminarían. Pero Jesús se acerca sin prejuicios, a pesar de las murmuraciones.
Él no teme contagiarse, no teme ser criticado o censurado. Busca al pecador, a ti y a mí. Para Él nuestro pecado y nuestra miseria no es obstáculo para morar en nosotros, si estamos dispuestos a acoger su misericordia y a cambiar de vida. Jesús no quiso entrar en casa de los fariseos porque ellos se creían buenos, y por lo tanto no necesitados de perdón.
En cambio Zaqueo, a pesar de su debilidad, reconoce su pecado y está dispuesto a reparar. Con Jesús entró la salvación a su casa y por lo mismo entró la felicidad. Esa felicidad que Zaqueo nunca encontró en el dinero ni en los bienes materiales.
Portadora de Salvación
La presencia de Cristo en nuestras vidas es fuente de salvación, de alegría, de paz. Lo vemos al recordar el pasaje de la visita de María a su prima Isabel. María, portadora de Cristo, fue el medio de que Dios se valió para llevar la salvación y la gracia del Espíritu Santo a Isabel y a Juan.
También ahora, Dios sigue repartiendo bendiciones por medio de la que con razón ha sido llamada la Mediadora de todas las gracias. Un corazón en el que habita el amor y la devoción a María, es un corazón en el que habita Dios. En la medida en que les dejes entrar en tu vida irás viendo cómo toda ella se renueva.