Las calamidades no desalientan a un cristiano. Prueban su fe. Dios habla a través de los acontecimientos. Continuamente nos está invitando a la conversión: «Volveos a mí y seréis salvados confines todos de la tierra, porque yo soy Dios, no existe ningún otro» (Is 45,22)
El tiempo de Cuaresma, más aún, este tiempo concreto de Cuaresma, en que acechan graves peligros físicos y morales a nivel mundial, es ideal para hacer un alto, recapacitar, reflexionar y, como consecuencia, rectificar aquello que sabemos que no está agradando al Señor.
La conversión tiene un origen: La experiencia de la inconmensurable bondad de Dios; el sentirse inmerso, rodeado y abrazada, presionado por la incomprensible bondad de Dios.
De esa experiencia visceral, existencial nace la auténtica conversión.
Por eso la conversión es gozo. La penitencia cristiana es siempre paz en el gozo.
La penitencia-conversión es el camino del reencuentro. ¿Hay algo más feliz que el reencuentro de los que están hechos para amar y para amarse?
Convertirse es regresar al hogar perdido del Padre Dios. Por eso la penitencia de la conversión siempre es gozo y alegría.
La conversión conlleva arrepentimiento. Caer en la cuenta del error en que se vive y arrepentirse de vivir así. Conlleva también el apartarse de ese género de vida erróneo, dejarlo. Conlleva tercero: entrega perfecta a ese nuevo Señor hacia el cual vuelvo y me convierto.
Pecar es… privarle a Dios de un hijo. Pecar es hacer equipo con el diablo; es ponerse codo con codo con el diablo, enfrente de Dios. Pecar es el cáncer de mi alma. Pecar es… interrumpir el flujo de la vida. Pecar es… meter en mí el desorden, con el desorden la guerra, con la guerra la muerte y el dolor. Eso es pecar.
Si conocieses el DON de Dios
Pero la misión de Jesús es vencer al hombre a fuerza de amor. Derrochar amor y para eso utiliza carros de humildad y mansedumbre… Oigan.
Llega una mujer samaritana y Jesús fatigado del camino se sentó y se dejó caer sobre el brocal del pozo, en un país subtropical, donde hay muy poca agua. Y tenía sed, porque había venido andando… todas las horas de la mañana… y los apóstoles se fueren a buscar da comer.
Y en esto llega una mujer con su cántaro a tomar agua del pozo. Sus apóstoles se habían ido. El diálogo con Dios es en soledad… El amor es siempre de corazón a corazón, absorbe… necesita la soledad.
AMAR… es diálogo en soledad.
Y así, solo, se enfrenta Jesús con aquella mujer… Y ya verán qué arte tan divino… Mujer dame de beber…
¡Qué arte! pedir una cosa que la otra persona puede dar fácilmente. Es el mejor modo… porque todos en el fondo queremos hacer el bien, porque hemos salido de DIOS, que es plenitud de Bien.
Mujer… Te es muy fácil, nada más que bajar, sacar un cubo más… dame de beber.
Y la mujer arisca le responde: ¿Cómo tú siendo judío me pides de beber a mí que soy mujer…? y los judíos no se hablan con mujeres samaritanas, y tampoco los judíos entre ellos un hombre con una mujer? … A mí que soy mujer y encima samaritana ¿te atreves a dirigirte a mí? llena de soberbia.
Jesús le respondió… con mansedumbre… Si hubiese dado un latigazo, se acabó todo… No… mansedumbre. Le dice así: Mujer, si tú conocieses el DON de Dios y quién es El que te dice dame de beber… el que te puede abrir los tesoros de Dios… Tú, mujer, que eres ambiciosa, me hubieses pedido a mí agua, y Yo te daría a beber agua viva.
La mujer cambió por completo. ¡Lo que puede la mansedumbre! En la mansedumbre trabaja el Espíritu Santo.
La mujer cambió… ¿Cómo Tú a mí? ¡Señor! … Todo admiración… ¡Señor! no tienes cubo…, el pozo es profundo. ¿De dónde vas a sacar este agua viva?
Y Jesús, viendo que había respondido en la medida que podía… –Dios no te exige más sino responder en la medida que puedas… ¡pero cuidado! hay que responder, si no, cierras la puerta totalmente.
Aquella mujer respondió. Y entonces Jesús avanzó: Mujer, todo el que bebe de este agua tendrá otra vez sed, pero el que bebiere del agua que Yo le daré, no volverá a tener sed, sino que el agua que yo le daré se hará en él una fuente innata de agua que salta hasta la vida eterna. Es decir, de agua que sacia para la eternidad.
Y la mujer entendió a medias. Pero Jesús se contenta con esto.
La mujer le responde: ¡Señor! dame siempre de ese agua para que no tenga que venir todos los días, aquí con este sol de justicia… a mediodía… y para que así se me quite la sed, y ya no tenga más que venir todos los días aquí a buscar agua para beber…
Entendió a Jesús materialmente. Pero a Jesús le bastaba, porque desea la apertura del corazón. Aquella mujer estaba abierta… Empezaba a tener fe… Bastaba… Todo estaba salvado.
Y Jesús siguió avanzando. Y ahora pone el dedo en la llaga, y le dice: – Mujer ¿quieres este agua?
– Sí, Señor.
– Anda, llama a tu marido, y ven acá.
– No tengo marido.
Le responde Jesús: Claro, mujer, muy bien has dicho no tienes marido. Cinco has tenido, viviendo mal con ello, y ahora el que tienes no es tu marido. Mujer, arregla esa situación, si no, te cierras a Dios.
Mujer, llama a tu marido y ven acá. Mujer, quita ese pecado. ¿Quieres el agua? Quita ese pecado.
El pecado es un aguijón que produce la muerte.
La muerte verdadera, la muerte del alma. Una vida-muerte, una vida podrida. La vida ardiendo, rechinando los dientes, la muerte eterna.
Enemistad (hostilidad) pondré entre ti y la mujer y entre tu linaje y su linaje: él te pisará (herirá tu) la cabeza mientras acechas (herirás) tú su calcañar” (Gn 3, 14).
Santa María tiene una sola preocupación: nuestra desgracia, nuestro dolor, nuestra muerte segunda: la muerte eterna.
Santa María tiene un solo dolor: nuestro pecado. Nuestro pecado está en la base de todas nuestras desgracias.
No temamos la enfermedad física, ni ninguna otra enfermedad. Temamos al pecado, a ofender a un Dios inmensamente bueno.
Aprovechemos la Cuaresma -y ayudemos a otros también- para acudir con confianza a la Virgen, rezar diariamente el Santo Rosario, acrecentar nuestro amor y devoción a Jesús Eucaristía y hacer una buena confesión sacramental.
Como recitaba el Santo Rey David: «Tu gracia vale más que la vida» (Sal 63, 4). Busquemos vivir en gracia y, no lo dudemos -así lo ha prometido el Señor- lo demás vendrá por añadidura.