En este domingo de Corpus Christi, la iglesia nos propone el Evangelio de la multiplicación de los panes en el que se nos dice: «Comieron todos y se saciaron».
Efectivamente la Eucaristía es el alimento que sacia totalmente los anhelos más profundos del ser humano. Cristo no defrauda. Él es el pan de vida eterna. Por eso nos dice: «El que venga a mí nunca más tendrá hambre» (Jn 6,35). Él –y sólo Él– calma el ansia de felicidad y la necesidad de sentirnos amados.
Sin embargo cuántas veces cometemos la locura de querer apagar nuestra sed en cisternas agrietadas que sólo dejan insatisfacción y muchas veces producen dolor. El hombre tiene una sed de infinito que sólo puede saciarse con la posesión de Dios, que ya aquí en la tierra podemos poseer en la Eucaristía.
Dejarse comer
Luego vemos que el Señor dice a sus apóstoles: «Dadles vosotros de comer». Cristo no se contenta con dársenos a nosotros, sino que busca que también nosotros, con el don que hemos recibido, alimentemos a las almas, hambrientas y desorientadas. Comulgar de verdad a Cristo se tiene que notar en mis obras de amor servicio. Si mi amor a la Eucaristía no me lleva a dejarme “comer”, como Jesús se deja comer de nosotros, tengo que cuestionar si no estoy poniendo una barrera que esté impidiendo a Dios obrar a través de mí. Porque es imposible recibir a todo un Dios y no irradiarlo.
Dejarse comer como Jesús es buscar el bien de mi hermano con daño propio. Pero cuántas veces los cristianos nos contentamos con una religión de devociones y nos olvidamos de hacernos pan para alimentar a los demás. Hoy Jesús quiere seguir prolongando su amor a través de los que nos llamamos seguidores suyos, pero no lo puede hacer si no estamos disponibles y vivimos encerrados en nuestro egoísmo. El que ha sido alimentado por Cristo no puede menos de dar y darse a los demás. La Eucaristía es semilla de caridad.
La Madre del Divino Pan
Pero no podemos contemplar la Eucaristía sin volver nuestra mirada hacia la Madre del Divino Pan. La Eucaristía es el Pan hecho de María, con la harina de su Carne Inmaculada y amasada con su leche virginal. Ella nos enseña cómo debemos dejar que Cristo, Pan vivo, obre a través de nosotros.
Una vez que María comulgó por primera vez, recibiendo en sus divinas entrañas al Verbo Encarnado, lo primero que hizo fue salir en ayuda de su prima anciana que estaba encinta. Por las calles por donde pasó se realizó la primera Procesión del Corpus y Jesús, encerrado en el vientre de María, fue dejando un reguero de bendiciones por donde iba. Por eso al llegar donde su prima, a la sola voz de la Madre, Isabel quedó llena del Espíritu Santo y Juan Bautista santificado.
Esto es lo que puede hacer Jesús Eucaristía en nosotros y a través de nosotros si lo comulgamos con fe y amor. Por eso, cada vez que comulguemos pidámosle a la Virgen: Madre, préstame tu Corazón Inmaculado para recibir dignamente a tu Jesús.