Hoy meditamos el pasaje de la resurrección de Lázaro. Y vemos que en un momento Marta se dirige a Jesús con estas palabras: «Señor, si hubieras estado aquí, no habría muerto mi hermano». Palabras que son expresión de fe en Jesús, pero una fe muy limitada, muy condicionada, muy a la medida humana, muy débil aún e imperfecta. Cree que Jesús puede curar un enfermo, pero no cree que puede resucitar un muerto.
¿No es así también nuestra fe? Creemos, sí, pero «hasta cierto punto». Y esta poca fe se manifiesta en expresiones como: «si las circunstancias fueran favorables», «si el ambiente fuera mejor», «si hubiese aprovechado aquella oportunidad», «si yo hubiera o no hubiera hecho esto o lo otro». Y ponemos condiciones al poder del Señor. Y sin embargo su poder es incondicionado. «Para Dios nada hay imposible» (Lc 1,37).
Si crees verás la gloria de Dios
No importan las circunstancias que te hayan rodeado, no importa lo que haya sucedido en tu pasado, las taras que tengas, los pecados que hayas hecho, los errores que hayas cometido, las circunstancias que hayas desaprovechado, las situaciones en las que hayas fracasado porque: «Si crees verás la gloria de Dios».
Frente a nuestra fe tan recortada y mezquina, el evangelio de hoy nos impulsa a una fe «a la medida de Dios». Él quiere manifestar su grandeza divina, su poder infinito, su gloria. Y a propósito Jesús tardó en acudir a la llamada de Marta y María y permitió que Lázaro muriera para después resucitarlo y demostrarnos a todos que el poder de Dios no tiene medida ni límite alguno, ni siquiera ante la muerte.
Por eso no hay situación en tu vida que no tenga remedio en Cristo Jesús. Aunque tu Lázaro lleve cuatro días de muerto y ya huela mal, al Señor le basta un instante para resucitártelo. Más aún, cuanto más difícil sea tu situación, cuanto más imposible te parezca, más facilita eso que Cristo «se luzca» en tu vida. Solo tienes que esperar, confiar, creer. Y seguir llamando al Maestro, sin cansarte.
Jesús quiere acrecentar nuestra fe, porque la fe es la que le abre a Él las puertas para poder obrar libremente. Por eso dice a la gente: «Lázaro ha muerto, y me alegro por vosotros… para que creáis».
Bienaventurada tú la que creíste
Esta Cuaresma tiene que significar para nosotros una auténtica resurrección a una vida nueva. Cristo es la resurrección, y lo típico de su acción es hacer surgir la vida donde sólo había muerte. Cristo puede y quiere resucitar al que está muerto por el pecado o por la carencia de fe. Lo suyo es hacer cosas grandes, maravillas divinas. Y nosotros no podemos conformarnos con menos. Por eso no tenemos derecho a dar a nadie por perdido ni tampoco desanimarnos porque veamos que en nuestra vida todo va para atrás. Porque donde hay muerte, Dios pone vida.
El modelo acabado de Fe lo encontramos en María, la feliz por haber creído, la digna de ser alabada a causa de su fe.
María, valiente y audaz ante la palabra de Dios, se puso toda entera en el corazón de Dios. Y como premio a esta audacia-disponibilidad absoluta de María -en la que pone la fe- recae sobre María la primera bienaventuranza que se lee en el Evangelio: «Bienaventurada tú la que creíste porque serán llevadas a la perfección en ti las palabras-obras que te han sido dichas de parte del Señor» (Lc 1, 45).
Por eso, la mañana de resurrección María no fue al sepulcro en busca de un muerto. Ella creía firmemente que la palabra que su Hijo había dado de que resucitaría se cumpliría, a pesar de las evidencias contrarias. Miremos a la Señora para aprender de Ella a vivir de fe y veremos el poder de Dios obrar en nuestra vida.