El Evangelio de este domingo (Mt. 5, 38-48) nos exhorta a imitar a nuestro Padre Dios en el amor a los enemigos. No es suficiente perdonar las injurias, hay que llegar a amar a aquellos que nos hacen sufrir. Es la perfección de la caridad a la que nos invita el Señor.
Sin embargo, debemos recordar que Él es el primero en darnos ejemplo. Por eso lo vemos en la cruz, pidiendo a su Padre el perdón para sus verdugos.
Si perdonar se nos hace difícil y a veces hasta humanamente imposible, el Señor todavía nos invita a dar un paso más: Amar. Amar a aquel que me ha hecho daño, a aquel que me hace la vida imposible, a aquel que me ha lastimado, a aquel que ha sido injusto conmigo.
Saber perdonar
No se trata de aceptar el mal que el otro ha hecho ni de pretender que es justo lo que no lo es; evidentemente, no debemos admitir algo parecido: es como burlarse de la verdad. Lo que está mal, está mal, pero a mí Dios me pide que perdone, es decir, que a pesar de que esta persona me ha hecho daño, yo no quiero condenarla, ni identificarla con su falta, ni tomar la justicia por propia mano.
Dejo a Dios, el único que escudriña los corazones y juzga rectamente, la misión de examinar sus obras y emitir un juicio, puesto que yo no deseo encargarme de tan difícil y delicada tarea, la cual sólo corresponde a Dios.
Es más, no quiero establecer un juicio definitivo e inapelable sobre quien me ha ofendido; sino que lo miro con ojos esperanzados, creo que algo en él puede dar un giro y cambiar, y continúo queriendo su bien. Creo también que del mal que me ha hecho, aunque humanamente parezca irremediable, Dios puede obtener un bien para mí.
En eso consiste amar al enemigo, en desear que la misericordia de Dios se derrame también sobre su alma, que reconozca su error, que se arrepienta, que se salve.
Amor de Madre
El mejor ejemplo de esto, después de Jesús, lo tenemos en la Virgen. Nosotros crucificamos a su Divino Hijo con nuestros pecados, y no una sola vez sino cada vez que pecamos, estamos renovando la Pasión de Cristo. Por eso el corazón de la Virgen está rodeado de espinas y clavado de espadas. Y a pesar de eso, María nos sigue amando como nadie nos ama en este mundo, después de Dios.
María sigue intercediendo y rogando para que Dios nos perdone a nosotros, que muchas veces somos malos, malagradecidos o por lo menos tibios. Y Ella desea con ardor nuestro bien, nuestra salvación. Eso es a lo que el Señor nos invita en este día.
También Ella puede alcanzar para nosotros esa gracia de amar a nuestros enemigos y desearles su salvación eterna, si se la pedimos.
Y el primer paso para comenzar esta ardua tarea es poner a todas esas personas que consideramos enemigas nuestras, en el Corazón Inmaculado. Decir: «Madre, en tu corazón pongo a tal persona que me ha hecho tanto daño, bendícela. Y a mí dame la gracia de sanar todas mis heridas».