Llegó la hora señalada por el Padre para consumar el sacrificio, y el Hijo obediente ni un momento siquiera la retarda. No ignoraba lo que significaba la llegada de esta hora, y lejos de echarse para atrás cobardemente, con inmensa alegría, a la vez que con profunda pena, se lanza al sufrimiento todo de la Pasión. Y el primer paso que da es el despedirse de su Madre. También había llegado la hora de María. Imposible pintar ni imaginar esta escena.
La despedida
Jesús ha llamado a solas a la Santísima Virgen y la ha comenzado a exponer la voluntad de su Padre. Adivina las razones que le daría para explicar su decisión de ir a la muerte y para tratar de consolar su corazón herido.
El Padre lo había decretado, era necesario para satisfacer la justicia divina, para redimir al mundo, para destruir el imperio del pecado. ¡Qué concepto formaría del pecado la Virgen, cuando comprendió que tanto iba a costar borrarlo!
Penetra mucho en esa razón que es la causa de todo. ¡Qué será el pecado! ¡Cómo irritará al corazón de Dios cuando no se aplaca si no es con el sacrificio de su propio Hijo!
Anticipo de la Pasión
Y ya para prevenirla, ya para que Ella tomara también desde entonces como suyos los sufrimientos que iba a padecer, le daría cuenta detallada de toda la Pasión… ¡Cuántas horas amargas tuvo Jesús que pasar en su Pasión!, pero no fue ésta una de las menores. ¡Cuánto tendría que sufrir por ser Él, el verdugo que así laceraba el corazón de su Madre, clavándole cada vez más, con cada palabra suya, la espada del dolor!
Y, efectivamente, cuál sería el dolor de María cuando oyó todo lo que su Hijo le dijo. Naturalmente se estremecería a cada nuevo tormento que oía había de padecer y, sobreponiéndose a su afecto sobrenatural, no sólo admitiría resignada todo lo que su Hijo le ofrecía de dolor y de sacrificio, sino aún contenta y gozosa se abrazaría ya desde este momento con su Hijo dolorido y quebrantado para seguirle hasta la muerte.
¡Qué dolor tan intenso el de este corazón de Madre! Pero aún admira más la fortaleza y valor con que a imitación de su Hijo se lanza a padecer. Piensa, piensa mucho en esto, ante este ejemplo, medita tus cobardías ante cualquier sufrimiento que se te presenta, pide perdón, pide gracia para cambiar y tener gran generosidad y participar de esta fortaleza de Madre y de Hijo.
La bendición de la Madre
Y entonces, Jesús pide humildemente de rodillas a su Madre su bendición para ir a padecer. Considera las circunstancias que hacen más penosa la despedida de dos corazones y verás que nunca la ha habido semejante a ésta. El amor y la unión de corazones, era en Jesús y María algo extraordinario como no se puede pensar más, pues ¿cómo se arrancarían y despegarían el uno del otro en esta amarguísima despedida?
¡Cómo temblaría de emoción la mano de María al levantarla para bendecir a su Hijo si sabía que con ella le daba licencia para entregarse a los tormentos y a la muerte misma!
Piensa que tú también tienes tu hora, también llega para ti la hora del sufrimiento, de la prueba, del dolor y luego llegará la hora de la muerte.
¿Cómo te preparas para estas horas decisivas en tu vida? ¿y en especial para la última? ¿Vives realmente para aquella hora?¿Desperdicias ahora las que el Señor te da, para santificarte aunque sea a costa de sacrificios? ¿Eres cobarde y huyes de ellos?
Mira a Jesús, contempla a María y aprende el camino del sacrificio y el de la mortificación. Y no olvides el detalle de Jesús al pedir la bendición a su Madre.
Fuente: Meditaciones sobre la Santísima Virgen María (P. Ildefonso Rodríguez Villar)