En el Evangelio de este domingo (Jn. 14, 15-21) Jesús nos ofrece el Divino Espíritu, el Defensor, que estará siempre con nosotros. El tiempo pascual está dirigido hacia Pentecostés. Cristo glorificado ha sido constituido “Espíritu que da vida” (1Co. 15, 45). Por eso nosotros debemos desear constantemente el gran Don que nos ofrece Jesús Resucitado: El Paráclito.
Jesús dice a los apóstoles que ellos conocen ya al Espíritu porque habita en ellos. Así nosotros, por el don del Bautismo, recibimos ese mismo Espíritu Santo que nos guía constantemente y mora en nuestra alma, pero no siempre somos conscientes de esa Presencia Divina y esperamos manifestaciones espectaculares para convencernos de ello.
El gran Desconocido
Este tiempo de espera de la gran Fiesta de Pentecostés es muy propicio para intensificar nuestra relación con esa Tercera Persona Divina, que ha sido llamado “El gran Desconocido”.
No lo conocemos porque no lo tratamos, no sabemos escuchar su voz y muchas veces somos sordos a sus insinuaciones divinas. Sin embargo Jesús nos afirma su presencia viva en nuestra alma y nos invita a confiarnos a Él. Su misión se manifiesta en los diversos nombres con que es conocido: Paráclito (el que está junto a), Defensor, Abogado, Consolador.
Está siempre a nuestro lado, nos defiende del pecado y del Maligno, aboga por nosotros cuando el enemigo nos acusa o nuestra propia conciencia deformada nos presenta la realidad distorsionada, nos consuela en las muchas penas de esta vida. Debemos aprender a abandonarnos a su acción, a entregarnos dócilmente a su impulso omnipotente.
Es también Espíritu de la verdad, porque nos revela a Cristo, que es la Verdad, nos ilumina para conocerle, nos mueve a amarle, a seguirle, a cumplir sus mandatos, a dar la vida por Él. Nos libra del error de nuestra ceguera natural y de nuestro pecado y nos conduce a la verdad plena.
Esposa del Espíritu Santo
El camino para mejor conocer al Espíritu Santo es María. Ella, en efecto fue fecundada por Él el día de la Anunciación y repleta de sus dones en Pentecostés.
María, sacramento del Espíritu Santo, está siempre presente en donde actúa el Espíritu del Padre y del Hijo.
Por eso, recurrir a María es al mismo tiempo recurrir al Espíritu Santo, del que Ella es inseparable, en su papel de consolador universal.
Pidámosle a Ella que nos lo dé a conocer cada vez más y a ser muy dóciles a sus inspiraciones divinas.