El Evangelio de hoy (Mt 18, 21-35) nos habla del perdón de las ofensas y con una parábola muy gráfica, Jesús nos presenta a Dios como el Dios del perdón y la misericordia.
El Señor nos ha pedido algo en sí difícil como es el perdonar a los que nos han ofendido. Dado que es el precio por el que nos ganamos el perdón de Dios, tampoco es mucho en definitiva.
En la parábola que el Señor nos presenta nos da un argumento muy hermoso: La misericordia de Dios debe reflejarse también en nosotros, es decir: la benevolencia infinita que, a pesar de todas nuestras miserias, nos ama siempre y que debemos imitar mostrándonos llenos de benevolencia hacia los otros aunque, a veces, nos cueste mucho.
Perdonar de corazón
Si tenemos tanta necesidad de Dios y queremos que descienda abundante sobre nuestras almas esa misericordia divina que nos da serenidad, felicidad y confianza en la vida, debemos procurar, por nuestra parte, tener esa misma actitud misericordiosa con los que nos rodean y perdonarles de todo corazón pasando por alto las injurias recibidas.
Algo que nos puede ayudar mucho para conseguir dar ese paso de perdonar a los demás, es el meditar en el perdón de Dios hacia mí.
Dios está siempre pronto a perdonar y a dar nuevas oportunidades sin echar en cara las faltas pasadas. ¡Qué consolador es contar con un Corazón como el Suyo, que perdona a la mujer adúltera y a la Magdalena, que no condena a nadie, que no apaga la mecha humeante, ni quiebra la caña cascada, que no desprecia el corazón contrito ni humillado, porque sus misericordias no tienen número, porque su amor es omnipotente para borrar todas la manchas, y perdonar todos los crímenes, y disculpar todas las flaquezas!
Acoger ese amor del Corazón Divino de Jesús es derramar también ese perdón sobre todo aquel que consideramos deudor nuestro. En el fondo, las dificultades para perdonar a los demás vienen de no ser conscientes de lo que se nos ha dado y de lo que se nos ha perdonado. El que sabe que le ha sido perdonada la vida es más propenso a perdonar a los demás. El que no quiere perdonar al hermano ha dejado de vivir como hijo.
Nuestra Intercesora
También en este aspecto de la vida, la Virgen Inmaculada, nos ayuda a tender hacia la perfección que Ella ha conseguido.Por los pecadores, o sea, por todos nosotros, recibió una gracia excepcional. En su calidad de Madre, trata de hacer partícipes de algún modo a todos sus hijos terrenos en el favor con que fue personalmente enriquecida.
María intercede ante su Hijo para obtenernos misericordia y perdón. Ella se inclina invisiblemente sobre todos los que viven en la angustia espiritual para socorrerlos y llevarlos a la reconciliación, de esta manera nos enseña el camino que también nosotros estamos llamados a recorrer para ser verdaderos Hijos de Dios e imitadores de Cristo.