Este domingo presenta el segundo anuncio de la pasión de Jesús. Víctima de sus adversarios, que le acosan porque se sienten denunciados con su sola presencia, Jesús camina sin embargo consciente y libremente hacia el destino que el Padre le ha preparado.
Frente a esta actitud suya, es brutal el contraste de los discípulos: no sólo siguen sin entender y les asusta este lenguaje, sino que andan preocupados de quién es el más importante. En la visión triunfalista que tienen de la misión del Mesías, no entienden que Jesús tenga que enfrentar sufrimientos y muerte.
Tomar la Cruz en pos de Él
Los católicos corremos el riesgo de juzgar duramente a los apóstoles por su actitud egoísta y cerrada. Sin embargo, en la práctica, muchos actuamos de la misma manera. Jesús nos ha dicho por activa y por pasiva que el cielo sólo se gana con violencia y que para seguirlo hay que tomar la cruz en pos de Él, pero en nuestra vida personal y aún en nuestra manera de pensar, rechazamos de plano la cruz y buscamos, cuántas veces, los honores, los aplausos, el éxito, la estima de los demás.
Tenemos verdadera alergia a todo lo que suponga humillación. Y aún nos cuesta pasar desapercibidos y hacer las cosas por ser vistos únicamente por Dios sin esperar el reconocimiento humano.
Jesús nos enseña, por el contrario, que el auténtico cristiano debe ser el primero en ponerse al servicio de los demás y abandonar esa ansia de dominio o prestigio humano. Y completa su enseñanza realizando un gesto simbólico: abraza a un niño, escenificando la inversión de valores que conlleva su seguimiento.
La Esclava del Señor
Prototipo de todo verdadero discípulo es María Santísima, la Esclava del Señor. Ella vivió siempre oculta, sin buscar brillar ni sobresalir, a pesar de ser la Madre de Dios y estar llena de todos los privilegios con que el Espíritu Santo la dotó.
Con esta actitud María testimonia el valor de una existencia humilde y escondida. Todos exigimos normalmente, y a veces incluso pretendemos, poder valorizar de modo pleno la propia personalidad y las propias cualidades. Somos sensibles ante la estima y el honor.
María Santísima, por el contrario, no deseó nunca los honores ni las ventajas de una posición privilegiada, sino que trató siempre de cumplir la voluntad divina llevando una vida sencilla y oculta, según el plan salvífico del Padre.
No lo olvides: el secreto profundo de la grandeza de Santa María fue la HUMILDAD.