El tercer domingo de Adviento es una invitación a la alegría: «Estad siempre alegres en el Señor; os lo repito, estad alegres. El Señor está cerca» (Flp 4, 4). Y el Evangelio de hoy (Lc 3, 10-18) nos da la clave para encontrar la verdadera alegría: vivir el mandamiento del amor.
Y así nos muestra a las multitudes sedientas de la palabra de Dios, que buscan al Bautista en el desierto. ¿Y qué tiene la predicación del Evangelio para atraer así a las multitudes?
A esos corazones cansados de llevar una vida que no llena, hastiados de tantos placeres, deseosos de encontrar lo que da verdadero sentido a la vida y acoger el don que Dios le ofrece, el Bautista los llama a la conversión, a romper el egoísmo y vivir la caridad. Las multitudes han comprendido que el Evangelio es el único capaz de llenar ese gran vacío del corazón que todos llevamos dentro, y no podemos saciar con cosas o placeres.
Romper los diques del egoísmo
El Evangelio nos da a Dios. Él es el único que realmente puede saciar las aspiraciones más profundas del corazón humano, es el único que acepta a cada persona como es, con sus taras y defectos, que ofrece la posibilidad de un amor incondicional que no decepciona ni se acaba. Por eso la multitud no teme preguntar: «¿qué hemos de hacer?» (Lc 3, 10), y el Bautista les responde: «El que tenga dos túnicas, que comparta con el que no tiene; y el que tenga comida, haga lo mismo» (v. 11).
En esta respuesta nos señala el camino para preparar los corazones a la venida del Señor: vivir la caridad con el prójimo. La conversión entraña romper con el egoísmo, para abrirse a las necesidades de los demás. A unos les invita a compartir con los más necesitados el vestido y la comida; a otros a ser honrados y generosos.
Hasta los publicanos y los soldados, considerados como gente pecadora, tienen sed de dejar atrás esa vida y acoger el don que Dios les ofrece. San Juan Bautista es exigente y les propone un programa de justicia y de caridad. Los publicanos vivirán el amor fraterno cobrando los impuestos con exactitud y justicia, sin adiciones egoístas para el lucro personal. Los soldados deben contentarse con su justo salario y no extorsionar ni denunciar falsamente a nadie.
El Evangelio llama a la conversión, a romper los diques del egoísmo y abrir el corazón a las necesidades de los demás.
Con Espíritu Santo y fuego
Donde se vive el mandamiento del amor se implanta el Evangelio de la alegría y produce frutos magníficos, cada uno según su profesión y su condición de vida. Entonces se puede experimentar el dicho del Señor: «Hay más alegría en dar que en recibir» (Hch 20,35).
Para vivir la caridad necesitamos la fuerza del Espíritu Santo. Por ello, a quienes le preguntaban si él era el Mesías, el Bautista les respondió que su misión consistía en preparar el camino a Cristo, quien los iba a bautizar con la fuerza de lo alto: «Yo os bautizo con agua; pero viene el que puede más que yo (…). Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego» (Lc 3, 16).
Ese Niño que nace en Belén nos otorgará el don del Espíritu para poder vivir la caridad y el gozo profundo. El Espíritu alienta a los corazones tristes y extraviados, libera a quienes están bajo el yugo del mal y del pecado, para poder celebrar con gozo el nacimiento de nuestro Salvador.
Alegraos
El Espíritu Santo quiere concedernos esa alegría, esa esperanza. Nuestra vida tiene remedio, tiene sentido: «¡Alegraos en el Señor!». Él purificará y elevará nuestros pensamientos, curará nuestra desmedida afición a lo terreno y orientará hacia Dios nuestros afanes, nuestras preocupaciones, nuestro amor y toda nuestra vida. «Olvidemos nuestras preocupaciones».
No nos angustie el tener que renunciar a las cosas terrenas y caducas. Depositemos en Dios todas nuestras inquietudes. Abramos de par en par las puertas de nuestro corazón al Señor, que viene, que está en medio de nosotros, y digamos: «¡Muestra, Señor, tu poder y ven a salvarnos!».
En este camino de conversión no estamos solos, nos acompaña la Virgen María, modelo perfecto de un alma transformada por el Espíritu Santo. Su Fiat decisivo y total es la actitud de conversión más perfecta alcanzada por una criatura humana, por eso Ella pudo vivir el gozo profundo de amar y ser amada. Que Ella nos obtenga a cada uno los dones del Espíritu Santo y la alegría de servir fielmente al Señor con nuestras buenas obras.