El relato del Evangelio de este IV Domingo de Cuaresma apunta al tema de la fe. Está elaborado en orden a una enseñanza sobre la fe que salva; la fe que abre al seguimiento, a la rendida adoración-sometimiento. El recobrar la vista es signo-símbolo del “venir-a-la-fe”, de abrirse a la luz.
Jesús es la luz de Dios en el mundo. Viene para iluminar nuestros ojos y capacitarlos para ver el mundo de las realidades que Dios nos ofrece. “¿Crees tú en el Hijo del hombre?” Así cuestiona Jesús al ciego de nacimiento.
¿Qué es creer?
Creer es dar fe a Dios, fiarse de Él, dejarse convencer por Él, dejarse persuadir por Él, obedecerle.
Creer es no dudar de la lealtad de Dios, de la firmeza, solidez y verdad de sus promesas, de su Alianza con el hombre en Cristo Jesús. En la fe vivo la confianza inquebrantable en la palabra de Dios contra toda realidad contraria, o apariencia de realidad contraria.
Creer es abrir los oídos a Dios, a la palabra de Dios, a las instrucciones de Dios. En la fe me comprometo a ser fiel a Dios. La fe así entendida es adoración a Dios, piedad para con Dios.
Para el que, en la fe, confía en Dios, más allá de la catástrofe de la desgracia, hay siempre un futuro de esperanza.
Ante la gran crisis: el «aquí estoy» de Dios
Hoy nos encontramos bajo el peso de “una gran crisis” en tiempo “de oscuridad de Dios». Incertidumbre, sufrimiento, caos y pánico se están adueñando de las personas y las naciones. Desde la fe ¿no concebimos que Dios está sobre toda enfermedad? «El que amas, Señor de la vida, está enfermo» (Jn 11,3), Él lo sabe y el Señor sanará cuando quiera y como quiera, si le somos fieles.
Los ojos de fe captan el sentido divino de todo lo creado, el mensaje divino en todo lo creado. Todo lo creado que te rodea está cargado de mensajes de Dios. Debes atravesar la niebla de lo sensible, en la que estás inmerso, con los ojos de la fe. Son los ojos que necesitamos para contemplar el panorama que se nos presenta, con sus diferentes personajes y tramas en el teatro de este mundo «desacralizado». Hoy nos encontramos con «una inimaginable descristianización» (como decía el entonces Card. Ratzinger), pero los ojos de Dios nos presentan un horizonte de esperanza, en el más allá, en el encuentro definitivo con Él.
Mirar con los ojos de Dios, es mirar con esperanza, la que nos instala en las manos de un Padre amoroso y providente.
Mi Padre está al tanto
Abba: Padre. Esta sola palabra me hace tener paz, mantenerme imperturbable en medio de las tempestades más grandes, de conflictos, presiones, extorsiones y violencias. Padre es la solución FINAL, a todo y para todo. Mi Padre tiene la voluntad puesta en mí; mi Padre todo lo sabe; mi Padre tiene todos los hilos de la historia (de la mía y de la del otro) en sus manos. Conocer eso me basta. Mi Padre está al tanto.
Que la palabra Padre no se desprenda de tus labios. Vive la paternidad de Dios. Ponla en medio de tu vida, en medio de tu cotidianidad. Todo lo cotidiano debe quedar inmerso en y bajo la palabra: Abba, Padre. Arrójate por completo en los brazos de Dios: aunque te veas lleno de preocupaciones, rodeado de maldad y tinieblas arrójate en los brazos de Dios y no olvides que eres “familia de Dios”.
Desde los brazos de Dios contemplamos la eternidad: Los ojos de nuestra esperanza deben apuntar al “novum ultimum” que Dios nos tiene ya preparado en Cristo.
El panorama que ofrece el mundo no puede ser peor; pero no temamos; imposible más trágico. Pero no desesperemos. Mantengámonos en audaz y llena de esperanza alegría porque Dios ha intervenido en el mundo y sabemos que sus intervenciones son de garantía y para mucho bien, son mayor que toda dificultad.
Bajo el manto de la Divina Providencia
Una contemplación panorámica de la historia de la salvación produce en nosotros el convencimiento de la Providencia de Dios, esto es, el convencimiento de que Dios ante todo es Padre que pone en nosotros su infinito cuidado. Confiemos en Dios con confianza poderosísima, la que corresponde a esa gran cercanía de Dios a nosotros.
Ser conocido por Dios significa en la Sagrada Escritura ser amado, protegido, elegido por Dios. Estar bajo la mirada de Dios, bajo el manto regio de su Providencia, significa no estar expuesto a las desmesuras de la naturaleza bruta, ciega, que no sabe de nosotros y que es fría e indiferente a nuestro destino y ante cuyo poder ciego y por ello bruto sentimos angustia, temor, terror. Nuestra pequeñez y total vulnerabilidad, pequeñez e insignificancia necesita para no hundirse del manto de la Providencia, la omnipotente, la que todo lo conoce, que me ama hasta dar la vida por mí, la sensible a todos mis problemas y jamás indiferente a ellos. La Providencia es la sola defensa eficaz contra la inmensidad fría del espacio y la maldad homicida de Satanás y sus seguidores.
Tú no te puedes amar más que Dios te ama: Confía en Él. La eterna e inmensa compasión y amor comprometido de la Providencia es tu completo y perfecto seguro.
Nuestra vida tiene futuro: un futuro lleno de sentido: Dios. “El Dios de la esperanza” (Rm 15, 13) de que nos habla San Pablo en la carta a los Romanos. Vivamos la esperanza porque su contenido: Dios no es un elemento más en nuestra realización sino el todo de nuestra realización eterna.
Dios con su Providencia nos ha colocado en esta situación singularísima (casi todo el planeta confinado en sus hogares), como Dueño y Señor de la Historia, no lo perdamos de vista con los ojos de la fe. Es indudable que por encima de los ardides del maligno, las riendas las lleva el Creador, Dios uno y trino. Por lo tanto confianza.
(Continúa con el artículo: Santa María Estrella de Esperanza)