El misterio de la Santísima Trinidad que celebramos hoy es una realidad divina de la que muy pocos cristianos somos conscientes. Es el misterio de un Dios viviente y personal, cuya infinita riqueza se nos escapa, nos desborda por completo.
Por eso, el único guía que nos introduce eficazmente en ese misterio y nos lo ilumina es el Espíritu Santo, que «ha sido derramado en nuestros corazones». Él es quien nos conduce a la verdad plena del conocimiento y trato familiar con Cristo y con el Padre. El que, viniendo en ayuda de nuestra debilidad, «intercede por nosotros con gemidos inefables», pues «nosotros no sabemos orar como conviene».
Familia de Dios
Por el bautismo estamos familiarizados y connaturalizados con el misterio de la Trinidad, pues hemos sido bautizados precisamente «en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo», y desde ese momento sublime, nuestra alma se convierte en templo de la habitación Trinitaria.
Tenemos la capacidad de relacionarnos con las Personas divinas. Más aún, tenemos el impulso y hasta la necesidad. Para eso hemos sido creados. No somos extraños ni forasteros, sino «conciudadanos de los santos y miembros de la familia de Dios (Ef. 2,19).
Con este misterio de la Trinidad, entramos en comunión sobre todo por la Eucaristía. En ella nos hacemos una sola cosa con Cristo. En ella nos hacemos más hijos del Padre al recibir al Hijo y al acoger al Espíritu Santo. En la Eucaristía tocamos el misterio y participamos de él. Y ese misterio nos transforma. Por eso en la Santa Misa, se nos dice: “La gracia de Nuestro Señor Jesucristo, el Amor del Padre y la Comunión del Espíritu Santo estén con todos vosotros”.
Sagrario de la Santísima Trinidad
La Iglesia nos invita a ser cada vez más conscientes de este gran misterio del que somos portadores por la gracia. Y para Ello dirige siempre su mirada a María, nuestro Modelo.
Nadie mejor que Ella dio acogida al misterio trinitario que la invadió de una manera única. Por eso la Iglesia la alaba como Hija del Padre, Madre del Hijo y Esposa del Espíritu Santo, con lo que ninguna criatura como Ella puede ser en verdad Templo y Sagrario de la Santísima Trinidad.
Guiada por el Espíritu Divino María comprendió el plan de Dios sobre Ella y lo acogió plenamente. Por eso Dios pudo obrar en Ella maravillas. Pidámosle que nos enseñe a ser también nosotros templos de la Trinidad Beatísima para que también podamos experimentar en nuestras vidas la influencia divina que brota del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.