La Semana Santa se abre con el recuerdo de la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén (Lc 23,1-49), acaecida el domingo que precede a su pasión. El Señor siempre se había opuesto a toda manifestación pública, pero hoy permite que se le lleve triunfalmente y lo hace precisamente cuando se dirige hacia su muerte. Acepta ser aclamado públicamente como Mesías, porque precisamente muriendo sobre la cruz, Jesús será de la manera más plena el Mesías, el Redentor, el Rey y el Vencedor. Acepta ser reconocido como Rey, pero un Rey que reinará sobre la cruz.
Aprender de Jesús
Y este relato de la Pasión del Señor, que debemos siempre meditar, nos invita a mirar a Jesús para aprender a ser verdaderos discípulos suyos. La traición de Judas, uno de los Doce, nos pone en guardia frente a nosotros mismos, que también podemos traicionar al Señor. Y lo mismo ocurre con la negación de Pedro, que desenmascara la tentación que aparece en cada corazón: no querer cuentas con el Maestro que se abaja hasta este punto y preferir salvar la propia vida aún a costa de renegar de Él. Sin embargo, la mirada de Jesús, que se vuelve hacia él, alcanza su conversión, y las lágrimas de Pedro, pecador arrepentido, indican la manera como el discípulo debe participar en la pasión del Salvador.
Por otro lado, San Lucas insiste mucho en la inocencia de Jesús, para sacar así la lección de que los discípulos no deben extrañarse de que sean arrastrados a los tribunales por su fidelidad a la voluntad de Dios. Más aún, siendo inocente, Jesús muere perdonando a sus asesinos y confiando en el Padre, en cuyas manos se abandona totalmente. También los cristianos deberán seguir este doble ejemplo, asociándose de cerca a la pasión de su Salvador.
Quien quiera ser su discípulo
Contemplando el panorama mundial que se presenta ante nuestros ojos, podemos vislumbrar que la prueba puede estar más cerca de lo que nos imaginamos. El mundo de hoy reclama auténticos seguidores de Cristo, dispuestos a dar la vida por testimoniar su fe. Un año más la liturgia pone ante nuestros ojos el ejemplo de Jesús Crucificado para hacernos conscientes de que “quien quiera ser su discípulo debe estar dispuesto a cargar su cruz y seguirlo”.
También, en la figura del buen ladrón, cada uno de nosotros es invitado a considerar los sufrimientos de Jesús y a hacer un examen de conciencia, a imitación de este ladrón, que en el suplicio reconoce: “nosotros merecemos este castigo, pero Éste, nada malo ha hecho”. Este reconocimiento sincero de sus pecados abre su corazón a la misericordia de Dios y a la confianza, por eso, dirigiéndose a Jesús le dice: “Acuérdate de mí cuando estés en tu Reino”.
Este grito salido de un corazón arrepentido encuentra eco en las entrañas compasivas del que “no ha venido a buscar a los justos sino a los pecadores”, y le vale la condonación total de sus deudas y el premio de la victoria eterna: “hoy mismo estarás conmigo en el Paraíso”. Una vez más contemplamos hoy la eficacia del sacrificio de Cristo, quien con la cruz transforma el mundo produciendo la conversión de los corazones y abriendo a los hombres el Paraíso.
Madre Corredentora
Pero no debemos olvidar la participación primordial y fundamental de María, Madre Corredentora que padeció en su corazón los dolores de su Hijo, como dijo S.S Benedicto XV: “Hasta tal extremo María sufrió y casi murió con su Hijo dolorido y moribundo, hasta tal extremo abdicó de sus derechos maternales sobre el hijo por la salvación del hombre y lo inmoló, en cuanto Ella podía hacerlo, para aplacar la justicia de Dios, que podemos decir con razón que Ella redimió al género humano junto con Cristo”.
Por eso, para poder vivir con más intensidad esta Semana Santa, unidos de una manera más perfecta a la Pasión del Señor y ser auténticos discípulos suyos, vivamos muy cerca de la Madre Dolorosa y acompañémosla en este camino al Calvario donde Ella nos enseñará los tesoros insondables de amor que encierra el Corazón de Dios.