“He ahí el Cordero de Dios”. Con estas sencillas palabras San Juan Bautista hace la presentación de Jesús ante sus discípulos.
Todo empieza con un testimonio. La fe de los discípulos y el hecho de que sigan a Jesús es consecuencia del testimonio de Juan. ¡Cuántas veces a lo largo de nuestra vida tenemos oportunidad de dar testimonio de Cristo!
En cualquier circunstancia podemos indicar, como Juan, con un gesto o una palabra, que Cristo es el Cordero de Dios, es decir, el que salva al hombre y da sentido a su vida. El que muchos crean en Cristo y le sigan depende de nuestro testimonio, mediante la palabra y sobre todo con la vida.
El testimonio de Juan despierta en sus acompañantes el interés por Jesús; sienten un fuerte atractivo por Él. Por eso le siguen. Jesús no les da razones ni argumentos. Simplemente les invita a estar con Él. Y esta fue tan intensa que se quedaron el día entero y san Juan, muchos años más tarde recuerda incluso la hora –“hacia las cuatro de la tarde”–.
Permanecer junto a Jesús
En este breve relato está todo el Evangelio, todo el cristianismo: “Y permanecieron con Él = permanecieron en la presencia de Dios, junto a esa Presencia de Dios que es Jesús hasta identificarse plenamente con Él.
El permanecer junto a Jesús y vivir en su presencia constantemente es la condición indispensable para amarlo plenamente. Y lo primero que despierta la Presencia de Jesús es el deseo de seguirlo, de permanecer junto a Él, de ser como Él. Para eso es necesario ir quitando de mi vida todo lo que me hace desemejante a Él e ir esforzándome por adquirir esas virtudes que me asemejan a ese ideal, que es Cristo.
Seguir a Jesús requiere de mi parte el vivir libre de ataduras: el pecado, los apegos, las cosas materiales, las preocupaciones excesivas me impiden responder con generosidad a la llamada del Señor y a ser consciente de su paso divino por mi vida. El Señor no se cansa de esperarme y buscarme pero, ¿cuánto tiempo más vamos a seguir indiferentes a su invitación?
Más adelante vemos que Andrés llevó a su hermano donde Jesús. La experiencia de Cristo es contagiosa. El que ha experimentado la bondad de Cristo se convierte él también en testigo y no tiene más remedio que darlo a conocer.
Pero el auténtico testigo no pretende que los demás se queden en él, sino que los lleva a Cristo. La actitud de Andrés nos enseña la manera de actuar de todo auténtico apóstol: “Hemos encontrado al Mesías”. Y lo llevó a Jesús.
Junto al Hijo
Esa fue también y sigue siendo la actitud de María: “Haced lo que Él os diga”.
Ella nos enseña que toda nuestra vida debe ser una referencia a Dios.
Una vez que hemos encontrado al Señor y nos hemos sentido cautivados por su presencia, debemos aspirar a que muchas almas puedan también gustar y ver cuán bueno es el Señor.