Las tres parábolas que Jesús expone hoy, la de la cizaña, el grano de mostaza y la levadura tienen la misma finalidad: corregir las falsas expectativas que tenían los judíos que creían que el Reino de Dios irrumpiría con fuerza y eliminaría de repente a todo lo que le fuera contrario.
Dios trabaja sin prisa, con paciencia y de una manera callada y silenciosa, dando tiempo a la conversión de los que aún no creen en Él y obrando de manera misteriosa en el interior de cada alma, con instrumentos al parecer insignificantes.
Cizaña y trigo
No debemos escandalizarnos por el mal que veamos cometer en el mundo, ni aún dentro de la misma Iglesia. Eso no es obra de Cristo, sino del Maligno. Si Jesús lo permite es para que ante el mal reaccionemos con el bien con mucho mayor entusiasmo. Lo que tendremos que examinar es si no estaremos siendo nosotros cizaña, en lugar de semilla buena que da fruto.
Acá lo bueno y lo malo está mezclado. No puede haber separación, condenación antes del juicio. Por lo tanto, paciencia. Dios desea dar a cada uno su tiempo. Si se porta mal en este tiempo, Dios no separa, no condena: aguanta. Debe seguir dándose oportunidad al malo para una conversión. Debe seguir dándose plazo de penitencia. Dios es el que conoce y tiene decretado el plazo hábil que da a cada uno para la conversión.
La cizaña chiquita se parece al trigo. Así los buenos están entre los malos y no pueden distinguirse: si quisiéramos segregar a los buenos de los malos, al no conocer el corazón del hombre y los decretos de Dios caeríamos en falsos juicios y arrancaríamos el trigo a veces en vez de la cizaña. Debemos, pues, no dejarnos llevar por el falso celo, aguantar pacientemente a los malos y seguir haciéndoles bien y dejar a Dios la hora del juicio y de la separación. Así hizo Jesús con Judas. Sólo al final pasó la separación por la comunidad de los apóstoles.
De pequeño principio, poderoso final
Las dos parábolas (del grano de mostaza y de la levadura) son parábolas de contraste. A comienzos miserables fines grandiosos. De lo que no es prácticamente nada, según criterios humanos, saca Dios un reino poderoso. ¿Qué cosa más insignificante que un grano de mostaza y qué más poca cosa en fuerza que un trozo de levadura?
Pues, de eso tan pequeño, Dios saca un árbol poderoso que da cobijo a los pájaros. Esta imagen del árbol cobijador es una imagen bíblica para significar el futuro, universal y beneficioso, reino de Dios.
La comunidad salvífica universal habría de salir en un primer estadio de un Crucificado y, en un segundo, de unos despreciados pescadores galileos. El milagro del poder de Dios al servicio del amor hará de mi insignificancia, el día de mi conversión, un «pueblo numeroso como las arenas del mar».
De pequeño principio un poderoso final. De la pequeña semilla sale el fruto. El final está escrito ya en miniatura en el principio. De lo más limitado sale lo ilimitado. De lo más pequeño sale lo más inmenso. Hoy ya, en los cimientos de mi conversión, está lo más grandioso de mi final. Sólo falta que el factor tiempo y el factor fidelidad lo hagan madurar.
Solo tienes que abrirte al plan de Dios y Él realizará en ti sus grandiosos proyectos. Toma a Dios en serio, cuenta con Él: esto es todo. Él te llevará de la nada de unos comienzos humildes (con tus limitaciones, caídas y flaquezas) a la plenitud de un final espléndido (la santidad).
Pide a María, la Madre compasiva de los pequeños y de los débiles que te ayude a vivir con fidelidad el seguimiento de Jesús, poniendo de tu parte todo lo que sabes que Dios te pide, y con confianza, esperando de Dios la gracia para alcanzar la meta de todo bautizado: la santidad.