Para Jesús debió de ser muy doloroso constatar, no sólo la incredulidad de los judíos, sino el abandono de los suyos por ser incapaces de asimilar sus palabras. Nos dice el evangelio que muchos de sus discípulos, al oírle, dijeron: «Es duro este lenguaje. ¿Quién puede escucharlo?». Imitando la reacción del pueblo de Israel en el desierto, los discípulos murmuran y se quejan. La gente que había reconocido a Jesús como profeta en la multiplicación de los panes, termina rechazando el mensaje y al Mensajero.
Presenciamos en el Evangelio de hoy cómo, el seguir a Jesús, no es compatible con nuestra mentalidad rastrera. No debe asombrarnos este rechazo de los judíos cuando hoy en día vemos que la humanidad sigue obrando de la misma manera. Cuando Dios nos pide lo que nos cuesta o nos lleva por caminos que no son de nuestro agrado, entonces lo abandonamos.
«Nosotros creemos»
Y nos sorprende la actitud del Maestro. Al palpar en cierta manera el “fracaso” de su doctrina en el corazón de sus oyentes, Jesús no rebaja el listón, sino que se reafirma en lo dicho y hasta parece extremar su postura, por eso pregunta a los doce: «¿También vosotros queréis marcharos?». De este modo, empuja a realizar una elección: «O conmigo o contra mí» (Mt 12,30).
No es Él el que tiene que cambiar y acomodarse a nuestra manera de pensar o de ser, somos nosotros, los que debemos aceptar plenamente y sin condicionamientos, el camino que Él nos traza.
Las palabras de Pedro indican precisamente esa elección. Una decisión que implica toda la vida. Como en la primera lectura: «Serviremos al Señor» (Jos 24,15.18). Como en las promesas bautismales: «Renuncio a Satanás. Creo en Jesucristo». Es necesario elegir. Y, después, mantener esa decisión, renovando la opción por Cristo cada día, y aun varias veces al día: en la oración, ante las dificultades, frente a las tentaciones…
La fe nos introduce en el verdadero conocimiento de Dios. No se trata de entender para luego creer, sino de creer para poder entender (San Agustín).
Madre de la Fe
Por eso María es la criatura que llegó a conocer como ninguna a Dios, por su fe inconmovible y segura. Esa fe de María fue la que iluminó su vida y cada circunstancia de ella haciéndole comprender el obrar de Dios. Creyendo en la palabra de Dios, pudo acogerla plenamente en su existencia, y, mostrándose disponible al soberano designio divino, aceptó todo lo que se le pedía de lo alto.
Así, la presencia de la Virgen en la Iglesia anima a los cristianos a ponerse cada día a la escucha de la palabra del Señor, para comprender su designio de amor en las diversas situaciones diarias, colaborando fielmente en su realización.
Que Ella nos de la fuerza y sabiduría para vivirlo así.