A lo largo del Adviento nos ha conmovido la elocuencia lírica del profeta Isaías, o la voz denunciadora de San Juan Bautista. Hoy nos estremece el silencio de María santísima y en especial el de San José. También José, como todos los predilectos de Dios, tuvo que pasar por el crisol de la prueba, para comprobar los quilates de su fidelidad en la esperanza.
Nos relata el Evangelio que José viendo a su esposa encinta y no queriendo ponerla en evidencia, decide abandonarla en secreto. Qué duro debió ser para él tener que separarse de María. Él sabía, conocía el misterio, pero se sentía indigno. No comprendía aún cuál era su misión junto a la que Dios había elegido por Madre.
Y María sufría también al ver el dolor de su querido esposo. También Ella tuvo su fracción en esta tragedia de la fe. Pero esta fe de María iba unida a su docilidad a la voluntad divina. Por eso ella aceptaba, aunque sin entender muchas veces, lo que se le pedía de lo alto. En ese momento de dolor y de sufrimiento, esperaba y oraba.
Aguardar la respuesta de Dios
Del mismo modo nosotros, en el adviento de nuestra vida, en la espera de la manifestación de nuestro Salvador, nos vemos muchas veces sumergidos en una “noche oscura” de la fe. Dios nos pone a prueba para aquilatar nuestra fe y ver si le somos fieles a pesar de todo. Hoy José y María nos enseñan a esperar contra toda esperanza. A saber aguardar la respuesta de Dios. “El auxilio me viene del Señor, que hizo el cielo y la tierra” (Sal. 121, 2). Espera, tu Salvador no tardará. Llegará sin retraso.
Y en efecto, comprobamos que en el momento más álgido de la prueba, cuando las esperanzas humanas se habían acabado, interviene Dios por medio de su ángel: “José, no temas recibir a María tu mujer” (Cf. Mt. 1, 20). El Ángel le confirma su vocación de esposo de María y padre nutricio de Cristo. Le da mucho más de lo que él jamás se hubiera imaginado.
Madre de la Esperanza
Así es Dios. Prueba, pero para premiar.
Si sabemos esperar como San José y ser pacientes, fieles y conformes con el obrar de Dios, también nosotros nos veremos desbordados por los planes amorosos que el Señor tiene sobre nosotros. Una sola cosa nos pide: fe. Creer a pesar de todo. Creer cuando todo me evidencia lo contrario, creer cuando no veo nada. Creer porque Dios es fiel.
Preparemos nuestros corazones para la venida del Mesías, con espíritu de confianza y abandono. Él nos espera, junto con María, la Madre de la Esperanza. Ofrezcámosle nuestro amor y nuestro corazón.