La parábola de hoy subraya la gravedad de la repulsa de Jesús. Él es el Rey que invita a los hombres a las bodas de su Hijo. Jesús aparece como el Esposo que va a desposarse con la humanidad y todo hombre es invitado a este festín nupcial, a esta intimidad gozosa con Cristo.
Dios se pone cara a cara con nosotros, pecadores, y da el primer paso para llevarnos a Él. El amor lo obliga. Porque es siempre Dios quien da el primer paso, produciendo en nosotros un caudal inmenso de esperanza. “En esto consiste el amor de Dios, no en que nosotros hayamos amado a Dios sino en que Él nos amó y nos envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados” (1Jn 4, 10). Pero ante esta invitación de Dios es imprescindible la respuesta personal. Una respuesta que exige una necesaria conversión.
El rechazo
Las fuertes expresiones de la parábola –el rey que monta en cólera, manda sus tropas y destruye la ciudad– indican las tremendas consecuencias del rechazo de Cristo. Nosotros, que somos a veces tan sensibles a las relaciones humanas, ¿nos damos cuenta de verdad de lo que significa rechazar las invitaciones de Dios?
Nuestra vida debe ser una respuesta continua a las invitaciones de Dios. Pero lastimosamente, cuántas veces encontramos mil excusas para no acudir a las citas divinas. Un camino cómodo y fácil del disimulo, para no dar más a Dios, para no entregarnos más a los hermanos, para no comprometernos más en la iglesia, para no romper con esas ataduras, para posponer a Dios y ponerlo en segundo lugar. Primero yo, mis cosas, mi bienestar, mis compromisos, y después, si queda tiempo, Tú, Señor.
A la luz de este Evangelio, Jesús nos invita a cuestionar nuestra postura y responder de una vez por todas a su voz, con intensidad, sin ese eterno posponer, a eliminar toda opacidad, oscuridad, mentira, doblez de nuestras vidas ¡Dios no se merece esto!
La Señora del Sí
María Inmaculada, la siempre entera, la nunca partida, toda Ella fue una continua respuesta pronta a la invitación de Dios.
En María nunca cupo una excusa para posponer el plan divino, nunca existió un “después”.
Para Ella lo único que contaba era la Voluntad del Padre en el momento presente, aquí y ahora. Por eso toda su vida transcurrió en esa profunda paz del que sabe que en cada momento está haciendo lo que Dios le pide.
Podríamos preguntarnos si la falta de paz que hay en nuestras almas no será consecuencia de que le estamos negando algo a Dios.
Hagamos el propósito, audaz si se quiere, de decir a todo sí y siempre sí, cuando se trate de cumplir el querer de Dios.