La parábola de las diez vírgenes quiere ante todo sacudir las conciencias, despertarlas para que no sigan ciegas por el camino de la perdición.
Nos encontramos en las últimas semanas del año litúrgico y la Iglesia quiere fijar nuestra mirada en la venida de Cristo al final de los tiempos y, sobre todo, al final de la vida de cada uno de nosotros.
Según esta parábola, el cristiano es el que está esperando a Cristo Esposo con un gran deseo que brota del amor. Por lo tanto, es una espera amorosa. No es una espera indolente, de estar con los brazos cruzados. El que espera de verdad y ansía ese encuentro, el que tiene su pensamiento puesto en Dios y su corazón en el cielo, prepara la lámpara, sale al encuentro. Esta preparación se realiza mediante la gracia. Sólo el alma que muere en gracia de Dios puede entrar en el Cielo. Es una verdad de fe. El pecado mortal nos cierra las puertas de la mansión eterna. Y no podemos confiarnos creyendo que en el último momento nos arrepentiremos, porque nos puede suceder como a estas vírgenes necias, que nos les dio tiempo de llegar y se quedaron fuera.
Tener y mantener la lámpara encendida requiere de nosotros alimentar la vida de la gracia con la recepción de los sacramentos, las buenas obras, la oración y la mortificación. Pretender salvarnos sólo por creer en Jesús es doctrina protestante, no católica.
Estar preparados
Podríamos decir que en nuestra vida hay muchas “segundas venidas” de Jesús, momentos en los que se presenta con su gracia. Encuentros a los cuales debemos estar preparados con los corazones anhelantes para poder responder con generosa fidelidad a cada gracia que Dios nos regala.
Escribía el P. Rodrigo Molina: “Cristiano es uno que debe dar respuesta a Dios. Respuesta digna del amor que Dios puso en él. El cristiano está intranquilo, impaciente, con sana intranquilidad e impaciencia mientras no toma un plan de vida en el que se pueda ver respondiendo a ese amor”.
Dios quiere que libremente colaboremos con su obra, que nos asociemos a Él. Nuestra felicidad está en decir “sí” a los designios llenos de amor del Señor.
“Tú debes responder a esa elección-oferta de Dios aceptando. Aceptas si te consagras a Dios. La consagración lleva consigo renuncia y dedicación. Renuncia a uno mismo y dedicación a Dios. Renuncio a mi autonomía y suficiencia y me dedico a vivir a merced de Dios, al servicio de Dios, a vivir el querer de Dios”.
Virgen Fiel
Esto es la Virgen Inmaculada, la Virgen Fiel: la dedicada siempre y en todas partes a Dios, la que es pura respuesta a las voluntades de Dios.
Ella se dejó atraer por el Señor. Su ser y existir quedaron polarizados por el Padre Dios.
A veces en lo ordinario de cada día, no le damos importancia a esta fidelidad de la que, sin lugar a dudas, depende nuestra santidad.
María hacía todas las pequeñas cosas con la exactitud, adhesión e intensidad de una fiel esclava de Dios.
Aprendamos de Ella a «inmaculatizar» el momento presente, es decir, a llenarlo de Santa María = de la Voluntad de Dios.