Este domingo el Evangelio (Jn 2, 1-12) nos narra el episodio bien conocido de las bodas de Caná. Jesús y María asisten a una fiesta y sucedió que, durante el festejo, el vino se acabó. A ruegos de María, Jesús realiza su primer milagro y convierte el agua en vino. Pero este hecho, en apariencia tan sencillo, encierra una profunda y consoladora enseñanza. Veámoslo.
No es casualidad que San Juan elija como primera actuación de Jesús en su vida pública su presencia en una ceremonia de bodas, y que allí esté presente su Madre. En esta escena los personajes principales son Jesús y María. Los novios no aparecen. Y esta actuación de María, que ha logrado el primer milagro de Jesús, se orienta a afianzar la fe de los discípulos: Jesús “manifestó su gloria, y creyeron en él sus discípulos” (Jn 2, 11).
María presente en toda la obra de Jesús
San Juan con ello nos quiere decir que la presencia de María es esencial en la vida del cristiano. Lo mismo que Ella tiene una actuación decisiva desde el principio de la Redención para obrar el primer milagro y suscitar la fe de los discípulos, así Ella está presente en toda la obra de Jesús y coopera a la salvación de todos los hombres hasta el fin. Esta maternidad que María empieza a ejercer, dura para siempre.
María está presente en Caná como Madre de Jesús, y Ella contribuye a aquel “comienzo de las señales”, que revelan el poder mesiánico de su Hijo. María adelantó la “hora” de Jesús. Como faltaba vino, le dice a Jesús: “No tienen vino”. Jesús le responde: “¿Qué tengo yo contigo, mujer? Todavía no ha llegado mi hora” (Jn 2, 3-4). Ya sabemos que en el Evangelio de Juan aquella “hora” significa la hora de su Pasión para salvar a los hombres.
Haced lo que Él os diga
Aunque la respuesta de Jesús a su Madre parezca como un rechazo, María ha comprendido que no lo es; por ello, con osadía, se dirige a los criados y les dice: “Haced lo que Él os diga” (Jn 2, 5). Entonces Jesús ordena a los criados llenar de agua las tinajas, y el agua se convierte en vino, mejor del que se había servido antes en el banquete nupcial. La fe intrépida de María “obligó” a Jesús a anticipar su primer milagro y dar comienzo a “su hora”. Esto nos muestra el inmenso poder de María.
Cuando sintamos que Jesús no nos oye, que no atiende nuestros ruegos, tenemos la solución, acudamos a la fe de María, Ella arrancará de Jesús los milagros más difíciles. ¿Y por qué María tiene este poder? Porque como Madre de Jesús tiene el “derecho de mandar” a su Hijo. Por eso, Ella como que “obliga” a Jesús a adelantar su hora.
Pero, lo importante para nosotros es que María, en Caná, aparece como Madre de los hombres. Madre que sale al encuentro de nuestras necesidades, incluso antes de pedírselo. Ella sabe lo que los novios necesitaban y quiere ayudarles. Esto nos muestra la solicitud de María por todos los hombres, su impulso para salir a nuestro encuentro para remediar toda la gama de necesidades que se presenten en nuestra vida.
Mediadora de la gracia
María se nos muestra como Mediadora, que se pone entre su Hijo y los hombres para interceder por ellos en sus privaciones, indigencias y sufrimientos. Y como Madre tiene el derecho de presentar a su Hijo Jesús las necesidades de los hombres para que Él las remedie.
San Juan Pablo II, en la encíclica Redemptoris Mater alude a este pasaje del Evangelio: Con este carácter de «intercesión», que se manifestó por primera vez en Caná de Galilea, la mediación de María continúa en la historia de la Iglesia y del mundo. Leemos que María « con su amor materno se cuida de los hermanos de su Hijo, que todavía peregrinan y se hallan en peligros y ansiedad hasta que sean conducidos a la patria bienaventurada ». De este modo la maternidad de María perdura incesantemente en la Iglesia como mediación intercesora, y la Iglesia expresa su fe en esta verdad invocando a María «con los títulos de Abogada, Auxiliadora, Socorro, Mediadora».
De esto, podemos deducir lo que tantas veces recordaba el P. Rodrigo Molina y que nos impulsa a la confianza: «En María encontrarás al Dios de toda seguridad, de toda firmeza. Ella es toda solicitud, dedicación; redoblará sus desvelos maternales para que nada te turbe. Una Madre, la Madre de Dios y nuestra, te socorre, te conforta. María permanece siempre próxima a todo lo nuestro desde lo más íntimo y hondo nuestro con la presencia del Espíritu Santo. ¡Cultiva esa la cercanía de María: será plenitud de bendición para ti!»
Pero no olvidemos que, como Madre, María nos conduce siempre a cumplir la voluntad de Dios: “Haced lo que él os diga”. La obediencia a la voluntad divina es la gran enseñanza que nos deja María. Éstas son sus últimas palabras recogidas en el Evangelio. Todo su servicio a los hombres es abrirnos al Evangelio e invitarnos a su obediencia. María nos enseña a escuchar su palabra, a asimilarla y a seguirla.