En el Evangelio de hoy (Mt. 5, 17-37) Jesús nos dice que Él no viene a destruir la ley sino a darle plenitud: restaura, perfecciona y eleva a un orden más elevado los preceptos del Antiguo Testamento.
Por eso, el Evangelio de Jesús es el instrumento más eficaz puesto por Dios en su Iglesia para potenciar eficazmente la historia de la Salvación. En él se encuentra encerrado todo el programa de santificación humana.
Jesús nos propone hoy un programa que nos ayudará a disponernos a una seria y renovada conversión, que nos dé la posibilidad de resucitar con Cristo en la próxima Pascua.
Necesidad de la conversión
Siempre el primer paso hacia la conversión será el reconocer humildemente que la necesitamos. El tibio debe convertirse en fervoroso, el fervoroso en perfecto y éste debe llegar al heroísmo de las virtudes, al que han llegado los santos.
¿Quién puede decir que ya no tiene que hacer ningún progreso en la virtud y en la santidad? Cada paso adelante equivale a una nueva conversión a Dios. Para llegar a la santidad y a la gloria del cielo no hay que cansarse nunca de correr y de combatir, como los jugadores que luchan y se fatigan «para conquistar una corona perecedera, mientras la nuestra será imperecedera. Yo, por mi parte —dice el Apóstol— corro no como al azar, y lucho no como el que azota el aire; sino que castigo mi cuerpo y lo reduzco a servidumbre».
La Ley del Amor
Este debe ser el primer punto del programa: lucha generosa para vencernos a nosotros mismos, para vencer el mal y conquistar el bien; abnegación del propio yo mediante la humildad, abnegación del propio cuerpo mediante la mortificación física. El premio será únicamente para quien se esfuerce y luche: corramos, pues, también nosotros para que podamos conseguir el premio.
Jesús nos dice: no basta con “no matar”, hay que cuidarse también de las simples palabras de desamor, desprecio, o resentimiento hacia el prójimo. El que guarda ira o rencor a su hermano es como si lo matase en su corazón. No basta con “no fornicar”, hay que guardar la pureza del corazón y la fidelidad en el amor, desechando los pensamientos y deseos impuros, porque el que los consciente, “ya ha pecado en su corazón”. No basta con “no jurar en falso”, hay que vivir la veracidad manifestándola en la sencillez de las palabras.
El amor nunca se contenta con “no hacer lo prohibido”, sino que busca siempre lo más agradable al ser amado. Por eso el alma que va creciendo en perfección y amor a Dios, se aleja cada vez más de todo aquello que pueda manchar su alma y ofender al Amado, y busca cada vez con más ahínco todo lo que le agrada.
La Discípula Fiel
María se nos presenta en el Evangelio como la discípula fiel, alabada por el mismo Jesús por “cumplir perfectamente la voluntad del Padre”.
Ella no se contentó con el mínimo indispensable, sino que su vida entera fue una búsqueda incansable del querer de Dios para cumplirlo perfectamente.
María una vez más se nos presenta como modelo de vida, imitable.
Estudiemos este modelo y pidámosle que sea Ella quien nos eduque en el día a día para que todo nuestro pensar, sentir y actuar concuerde siempre con el querer divino.