Cuando Jesús está ausente todo es tristeza y oscuridad. Es lo que contemplamos en el pasaje del Evangelio de hoy (Mt 14, 22-33) donde los apóstoles luchaban contra la tempestad sin que Jesús estuviera con ellos en la barca. Y vemos a Pedro primero caminando sobre las aguas, luego titubear bajo la acción del temor, dudando se hundía y confiando nuevamente salió a flote.
Pedro es figura nuestra: unas veces confía, otras titubea; unas veces dice estar dispuesto a dar la vida por el Maestro, otras retrocede ante el temor y le niega. Así nos sucede muchas veces. Cuando estamos consolados, nos sentimos llenos de ánimo y de entusiasmo. Pero cuando el Señor se esconde, parece que se nos hunde el mundo.
No hemos comprendido aún que la fe y la esperanza no pueden basarse en nuestro estado de ánimo ni en lo que a nosotros nos parece, sino que debe anclarse en la Palabra de Dios que es infalible. Aunque todo parezca hundirse alrededor nuestro, si permanecemos unidos a Cristo, no pereceremos.
Cuanto más hundido te encuentres, más brillará en ti la fuerza de Dios si confías en Él. Así escribía el P. Rodrigo Molina: «Ten confianza en Dios, mucha confianza, plena confianza. No permitas infiltración alguna de desaliento. En la Sagrada Escritura uno de los rasgos con el que se describe al cristiano es: “el que está seguro de que para él está patente el cielo, gracias a la sangre de Cristo (Hb 10, 19).
“El que está seguro”. Esta frase traduce la palabra “parresía”. Parresía es: Seguridad en Dios, confianza filial y esperanzada en Él, audacia santa y gozo del que se sabe objeto del buen querer de Dios. Es la virtud de la confianza gozosa, audaz, arriesgada en Dios y en que conseguirá las ofertas de Dios».
La siempre entera
Eso fue la vida de María, la siempre Señora, la siempre entera, también al pie de la Cruz. María comprendió como nadie la sabiduría que encerraba la Cruz de Cristo, en esos momentos en que todo parecía fracasar, terminarse, hundirse…
Reflexionemos, cuál es nuestra actitud ante el sufrimiento, ante la prueba y el dolor. ¿Enojo? ¿Impaciencia? ¿Gratitud? ¿Hundimiento? ¿Esperanza? ¿Fortaleza? ¿Miedo? ¿Tal vez tedio y asco? ¿Rechazo? ¿Aceptación?
Ante esas situaciones escuchemos la voz del Señor que nos manda ir hacia Él: “Ven”. A una orden de Jesús, Pedro caminó sobre las aguas, consciente de no poder hacerlo por sí mismo. Pudo la fe lo que la humana debilidad era incapaz de hacer.
Por eso no olvidemos las acciones del Señor. Si vivimos en clave de esperanza se acabarán muchas de nuestras limitaciones. Porque las limitaciones siempre son nuestras, Dios no conoce esa palabra. Él llama a lo que no es como si fuese. Que el gran Apóstol interceda por nosotros y nos enseñe a anclarnos en esa esperanza que no falla.