“Cierto hombre que era propietario plantó una viña, la rodeó de una cerca y cavó en ella un lagar”… Tenemos en esta parábola el último «esfuerzo heroico» de Dios, de su bondad infinita en orden a obtener la conversión del pecador y en ella la salvación. La Bondad infinita expone a su Hijo al peligro cierto de caer en el mal mayor (la muerte) para salvar a su enemigo.
La probabilidad de convertir a los labradores malos era mínima y, sin embargo, es tal y tan grande el deseo de hacer el bien de la Bondad del Padre -es decir, de sacar del mal al enemigo- que expone la vida de su Hijo a una muerte cierta para ofrecer esa mínima y última probabilidad de conversión al enemigo y, en ella, de salvación.
Lo que expresa esta parábola
Esta parábola de la viña con sus renteros homicidas expresa la infidelidad rebelde del pueblo elegido a las exigencias de la Alianza de Dios para salvarlo. Agresiva rebeldía contra todos los mensajeros sucesivos de Dios que llaman al pueblo a reconocer los derechos de Dios a ser adorado, amado, respetado y servido. Rebeldía que culmina con la condena a la muerte del enviado principal de Dios, su mismo Hijo.
Expresa, también, esta parábola una ley fundamental que rige en el reino de Dios -en la Iglesia-: la ley básica del FRUCTIFICAR. El reino de Dios es una “plantación de Dios” y Dios es difusivo-productivo; luego, los hijos del Reino deben difundir el Reino, dar su fruto en bien de la causa de Dios.
Y expresa, también, la ley de la justicia vindicativa, la reprobación de aquel que no fructifique.
La paciencia de Dios
He aquí la medida de la paciencia de Dios: enormemente grande, apenas inimaginable; sufre que le vayan matando uno a uno prácticamente a todos sus servidores.
He aquí el máximo de paciencia de Dios: aguantada la conducta para con los siervos, envía todavía al hijo único, al amado, aguantando el exponerse a una conducta semejante. Esta es la inconcebible «debilidad» del amor de Dios.
He aquí el máximo de la maldad del hombre: en su perfidia quieren renunciar y eliminar tan radicalmente a Dios, que le matan en su Hijo y lo matan con desprecio e ira especial: arrojan fuera el cadáver, no lo entierran.
Dios tiene un proyecto para sus amigos
El Papa emérito Benedicto XVI explicaba así esta parábola: Son palabras que hacen pensar en la gran responsabilidad de quien en cada época, está llamado a trabajar en la viña del Señor, especialmente con función de autoridad, e impulsan a renovar la plena fidelidad a Cristo. Él es “la piedra que los constructores desecharon”, (cf. Mt 21,42), porque lo han juzgado enemigo de la ley y peligroso para el orden público, pero Él mismo, rechazado y crucificado, ha resucitado, convirtiéndose en la “piedra angular” en la que se pueden apoyar con absoluta seguridad los fundamentos de cada existencia humana y del mundo entero. De esta verdad habla la parábola de los viñadores infieles, a los cuales un hombre había confiado su propia viña para que la cultivaran y recogieran los frutos. El propietario de la viña representa a Dios mismo, mientras la viña simboliza a su pueblo, así como la vida que Él nos dona para que, con su gracia y nuestro compromiso, hagamos el bien.
Dios tiene un proyecto para sus amigos, pero por desgracia la respuesta del hombre se orienta muy a menudo a la infidelidad, que se traduce en rechazo. El orgullo y el egoísmo impiden reconocer y acoger incluso el don más valioso de Dios: su Hijo unigénito… Dios se pone en nuestras manos, acepta hacerse misterio insondable de debilidad y manifiesta su omnipotencia en la fidelidad a un designio de amor, que al final prevé también la justa punición para los malvados. (cf. Mt 21,41).
Obligados a dar fruto
Hoy podemos contemplar cómo las escenas de esta parábola se reproducen a lo largo y ancho del mundo. Dios nos ofrece la salvación mediante la Iglesia que el mismo Jesús fundó, a través de sus ministros y de los sacramentos. El hombre rechaza esa oferta de Dios y quiere desaparecerlo de los lugares públicos, de la cultura, de la enseñanza, en fin, de la sociedad entera. Y él mismo se autocondena a la infelicidad mayor.
Los que nos decimos seguidores de Cristo corremos el peligro de contagiarnos, habituarnos a que las leyes humanas intenten estar por encima de la Ley Divina. No obramos como los homicidas que mataban por odio a los servidores de la Viña, pero por respeto humano, pereza, cobardía o falta de fe -en suma, por nuestro pecado de omisión o indiferencia- de alguna manera nos hacemos cómplices de la muerte de Dios en el mundo.
Todos estamos obligados a dar fruto. Por el bautismo, hemos sido consagrados a Dios y nuestra responsabilidad es mayor que la de otros. Por tanto, es necesario defender, aún públicamente, nuestra fe, la vida, la familia. Debemos orar y trabajar por reivindicar los derechos de Dios en el mundo para que no se nos quite a nosotros también el Reino de los cielos por no producir frutos.
Oración y penitencia
Pero para producir los frutos de vida que Dios espera de cada uno, necesitamos, en primer lugar, pedir al Señor y fomentar un santo aborrecimiento al pecado. Lo que la Virgen Santísima pidió en su última aparición del 13 de octubre en Fátima: Que no ofendamos más a Dios, que está tan ofendido. También necesitamos de la oración constante, perseverante, acompañado de la penitencia. El rezo del rosario diario, la mortificación, el ayuno, como también lo pidió Nuestra Señora en Fátima, en Lourdes y en otras apariciones de los últimos tiempos.
Esto es los que atraerá la bondad de Dios para que la historia de la parábola no se siga repitiendo en nuestros días. En este mes de octubre, cercanos a la fiesta de la Nuestra Señora, la Virgen del Rosario, pidamos a María que acoja nuestra ferviente súplica para que sea abatido el mal y triunfe la bondad de Dios, que es lo mismo que triunfe su Inmaculado Corazón.
Fuente: Benedicto XVI. Ángelus 2 de octubre de 2011