«Ahora es glorificado el Hijo del Hombre». El tiempo pascual está todo él centrado en Cristo Resucitado. Por su muerte y resurrección, Cristo ha sido glorificado. No se trata sólo de volver a la vida. El crucificado, el «varón de dolores», ha sido inundado de la vida de Dios, experimenta una felicidad sin fin, ha sido enaltecido como Señor.
A la luz de la Resurrección entendemos el amor del Padre a su Hijo, pues buscaba glorificarle de esa manera. Y también a nosotros Dios busca glorificarnos: «Los sufrimientos de ahora no son comparables con la gloria que un día se manifestará en nosotros» (Rom 8,18).
A lo largo del Evangelio, Jesús ha repetido que no busca su gloria (Jn 8,50) y hoy también dice que: «Dios es glorificado en él». Es admirable este absoluto desinterés de Jesús que sólo desea que el Padre sea glorificado en él. También esta es la postura del auténtico cristiano. Completamente olvidado de sí mismo, sólo pretende la gloria de Dios. Como nos exhorta San Pablo: «Ya comáis, ya bebáis, ya hagáis cualquier cosa, hacedlo todo para gloria de Dios» (1 Cor 10,31).
Como yo os he amado
Los cristianos estamos llamados, no sólo a ser imitadores de Cristo sino imagen viva de Él, de manera que todos cuantos nos vean puedan ver un reflejo de la misericordia de Dios, de su rectitud, de su paciencia, de su ternura, de su compasión, de todas sus perfecciones, resumidas todas en el Amor. Para esto se necesita una forma de vida que Jesús nos deja con un precepto nuevo: “Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis los unos a los otros”.
Ya en el antiguo Testamento se había prescrito la caridad fraterna (Lev. 19, 18); pero ahora se reitera el precepto en forma nueva, por cuanto los discípulos de Jesús deberán amarse según la medida con que Él mismo nos amó: Así como yo os he amado; y deberán mutuamente profesarse el mismo amor desinteresado, eficaz y ordenado según Dios, que El nos tuvo: Para que vosotros os améis también recíprocamente. Y añade la razón del precepto del amor fraterno: él debe ser como el signo y el símbolo que les distinga de todos los demás: En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis caridad entre vosotros.
La señal inconfundible de todo seguidor de Cristo es dejarse inundar por su amor, un amor que revierte hacia los demás. Esto fue lo que comprendieron los paganos de los primeros tiempos cuando, al ver a los cristianos decían admirados: “mirad cómo se aman”. Pero esto sólo es posible mirando a Cristo y bebiendo de Él, porque Él es el que nos capacita a amar de verdad.
Glorificada con la gloria de Cristo
Lo que decíamos de Jesús, que completamente olvidado de sí mismo, sólo pretende la gloria de Dios, lo podemos decir de su Madre Admirable. María Santísima lo vivió de manera perfecta. Si su Hijo fue el Varón de Dolores, Ella fue la “Mujer de dolores”. Pero así como Ella murió en su corazón la muerte del Hijo, así también fue glorificada con la gloria de Cristo. Por eso la Virgen Inmaculada es nuestro mejor modelo y primicia de lo que llegaremos a ser todos los que permanezcamos fieles a Dios.