Cuando Jesús presenta el plan del Padre sobre su propia vida –padecimientos y muerte en cruz–, Pedro se rebela y se pone a increpar al Señor; se escandaliza de la manera de obrar de Dios, cree que eso no puede ser. Sin embargo, Jesús se muestra inflexible: «¡Apártate de mi vista, Satanás!». La expresión es tremendamente dura, pues Jesús le llama a Pedro «Satanás», porque piensa como los hombres y no como Dios.
La aceptación de Cristo y de su plan de salvación por medio de la cruz o el rechazo de Él, es lo que dibuja ya desde este mundo las fronteras del Cielo y del infierno. Un universal y profundo conflicto opone a los discípulos de Cristo y a los del mundo dominado y cuyo jefe es el demonio.
Abrazar la Cruz
Cada uno de nosotros vivimos en este mundo un dramático proceso. Luchan en mí para conquistarme Dios en Cristo y por medio de Cristo y Satanás en el mundo y por medio del mundo. La desembocadura de este proceso es única: mi aceptación de Cristo o mi rechazo de Cristo. Y para esto debemos ser conscientes que existe incompatibilidad irreductible entre el mensaje de Cristo y las pretensiones del mundo.
Si quiero seguir a Jesús el destino que me espera es el mismo que Él tuvo: el rechazo, la oposición, la marginación, la burla, la incomprensión… en una palabra: la cruz.
Pero, ¿no es muchas veces nuestra conducta como la de Pedro cuando la cruz se presenta en nuestras vidas? Nuestro egoísmo protesta ante la cruz, se amarga ante las pruebas y las ve como una maldición. Recela de la buena fortuna de los demás. Rendirnos a la voluntad propia es bloquear el camino entre nosotros y Dios.
Por eso también nosotros tenemos que aprender a ver la cruz –nuestras cruces de cada día: dolores, enfermedades, problemas, dificultades…– como Dios, es decir, con los ojos de la fe. De esa manera no nos rebelaremos contra Dios ni contra sus planes.
Vista con ojos de fe la Cruz no es terrible. Primero, porque cruz tiene todo hombre, lo quiera o no, sea cristiano o no. Pero el cristiano la ve de manera distinta, la lleva con paz y serenidad. El cristiano no se «resigna» ante la cruz; al contrario, la toma con decisión, la abraza y la lleva con alegría.
El que se ha dejado seducir por el Señor y en su corazón lleva sembrado el amor de Dios no ve la cruz como una maldición. La cruz nos hace ganar la vida, no sólo la futura, sino también la presente, en la medida en que la aceptamos y llevamos con fe y amor.
Puntual a todas las citas con el dolor
La actitud de toda la vida de María nos da la clave: Ella permaneció no sólo firme, sino entera al pie de la cruz.
Santa María, dócil al Espíritu Santo que la movía, recorrió con su Hijo el camino de humillación, que fue su vida hasta hundirse en la humillación del vaciado total que fue la cruz.
Santa María aceptó el despojo total de la Pasión, sometida junto a su Hijo para realizar la salvación.
Santa María experimentó vivamente la muerte de su Hijo y esta experimentación fue su auto-ofrecimiento inmaculado a Dios.
Que la Madre Corredentora nos enseñe a acudir puntualmente a toda cita que el Señor, en su amor, quiera tener con nosotros por medio del dolor y la humillación. Sólo así podremos ser, como Santa María, canal de bendición para la humanidad.